Martes 5
Arroz con
menudos/ Gelatina
Pollo al horno
con papas/Manzana
Termina
otro día de mi vida de esos que nunca deberían haber escapado del baúl de los
minutos perdidos. Ni quiero acordarme: lavar, planchar y, lo peor de todo,
limpiar. Porque, además, sé que lo hago mal. Barro y el piso queda
lleno de migas; si intento lavarlo, queda sumergido en detergente que nunca
logro terminar de enjuagar. Ayer me encontré baldeando el bañito de abajo.
Quedé desconcertada por la dirección de la pendiente, momento en el que tomé
conciencia de que en los siete años que vivo en esta casa, nunca me tocó
limpiarlo, Debo reconocer que he sido una mujer afortunada, más vale que no me
queje. Cada vez estoy más convencida de que nada es fácil de hacer, todo requiere
oficio. Y aunque no pueda medirse conmigo haciendo números, no tengo la menor
duda de que Felisa me da vuelta y media en las tareas hogareñas. Además, de
eterno buen humor, hasta parece que disfrutara de su trabajo. Influirá,
también, la absoluta libertad que le he concedido, la total falta de críticas,
el reconocimiento a cada pantalón bien planchado. Después de días en que la
odio por el abandono al que me ha sometido, por el uso que ha hecho de su
libertad sin siquiera comunicármelo, va con estas líneas mi reconocimiento por
su importante contribución a mi felicidad. Y no lo digo en broma.
En
estos días he estado tan sumergida en las labores domésticas que ni fuerzas me
han quedado para pelearme con los chicos. Se han portado razonablemente bien y
Paula, sobre todo, está mucho más independiente. ¿Será que han notado que mi libido está depositada en otra parte?
O, hablando en castizo, que el horno no está para bollos. Pero estuvo para
pollos, acabo de recordar que no limpié la asadera. Mañana será otro día.
Recién
me llamó Marisa, preocupada: Leandro tiene fiebre. La primera. Cada vez que hablo
con ella quedo atrapada por la nostalgia. Nostalgia de la adolescencia de mi
maternidad. La escucho hablar de su bebé y parece que acabara de inventar el
oficio de ser madre. ¡Yo también era así!
Concluyo.
Luis subió recién con el tradicional café. ¿Qué sería de mi vida si no lo
tuviera al lado para superar juntos los buenos y los malos trances? Sí, evidentemente
soy una mujer afortunada pese a las quejas que no dejo de proferir. Es que
siempre queremos más. Y las pretensiones avanzan palmo a palmo con los logros.
Deberíamos ejercitarnos en el oficio de disfrutar de lo que tenemos.
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