miércoles, 8 de octubre de 2014

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Sábado 26
Salchichas con ensalada de tomate/Torta de manzana
Hígado a la veneciana/Flan
Paula, desestimando el feriado, se despertó a las 7.15. Cinco minutos de idílicos besos y abrazos y después se dedicó a jorobar. Agarró los hilos y las agujas de mi mesa de luz. Subió y bajó de la cama como ochenta veces. Ante de empezar a enojarnos decidimos desayunar, previo cambio de pañales. Paula de parabienes en su condición de hija única.
A las nueve tenía reunión de cooperadora y escasísimas ganas de ir. Supongo que tantas como Luis de quedarse solo con los chicos. En el momento de salir no encontré el presupuesto conseguido por Luis para el arreglo de las estufas. Búsqueda encarnizada por toda la casa, a consecuencia de la cual se despertaron los otros dos durmientes para aumentar la alegría de Luis.
Volví cerca de las doce. Los chicos seguían en piyama, contentísimos porque el padre les había preparado un desayuno americano que recién terminaban. Los restos de la orgía en la pileta, las camas sin hacer, los horarios de la comida ya definitivamente despelotados, cosa que me pone nerviosísima. No me permití quejarme porque reconocí que Luis lo había hecho con la mejor intención aunque con su inexistente sentido práctico. Cuando me ausento se dedica a hacer comidas tan sencillas como empanadas, tortillas, milanesas, puchero. Que suelo tener que concluir a mi llegada. Forma parte del folclore familiar. Para compensar, dado que Paula ya está bien, almorzamos simplísimas salchichas con tomate.
A los postres festejamos el cumple de Snoopy, a quien le compré, al lado del colegio, un babero con el que el homenajeado comió su torta. María chocha. Cuando estábamos terminando la llamó una amiguita para invitarla al teatro. Violando las reglas de pasar todos juntos los fines de semana, la dejé partir.
Inexplicablemente (¿extrañaría a la hermana?) Federico durmió la siesta; Paula, como de costumbre. Nos encontramos a las cuatro de la tarde solos y tranquilos, situación poco frecuente en nuestros seis años de padres. Luis aprovechó para arreglar la plancha y yo para coser atrasados botones. Juntos. Increíble tanta paz.
Cerca de las siete merendamos con buen clima. María llegó a las nueve, cansada y de mal humor. Se quedó dormida sin cenar.
Bañamos a los dos menores, comimos, nos acostamos más tarde aún y ahora escribo en la cama.
Dejo para el final lo más importante de la jornada. Estábamos almorzando, los chicos de gran charla, cuando de repente no pude creer lo que escuchaban mis oídos: Federico diciendo Rambo, diciendo revólver, diciendo rama. Demasiado para mí. Creer o reventar. Durante cuatro años tratamos de corregirlo, pero se ve que las intenciones no venían de adentro. Fue necesario sentir que teníamos que dejarlo crecer. Y el dolor que experimenté en la reunión no fue más que eso. Fue todo eso.

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