lunes, 20 de octubre de 2014

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Jueves 31
Salchichas con tortilla de papa/Yogur
Milanesa con puré/Mandarina
Empecé muy mal el día. Y me temo que no se limitará al de hoy.
A las cinco de la mañana, teléfono: la hermana de Felisa desde Corrientes. Murió el padre. Llegó a las nueve y me tocó a mí darle la noticia. Mientras me cambiaba me comunicó, escalera mediante, que iba a ver si conseguía pasaje. Le dije que sacara dinero de la cajita. Por más que me apuré, cuando bajé ya se había ido. No alcancé a abrazarla.
Cambio de planes total. A las diez y media tenía hora con la dermatóloga. Llamé a mamá que irrumpió, casi al instante, como un bombero. Desperté a Federico y a Paula para dejárselos vestidos y desayunados. Aunque, por supuesto, llegué tarde, tuve que esperar más de media hora para que me atendiera. Lo del párpado es una verruga. Me preguntó si quería sacármela, aunque no era urgente, ni siquiera imprescindible, motivos estéticos mediante. Sin pensarlo demasiado (además se me hacía tarde para ir a buscar a la nena) asentí, pese a mi conocida posición antiintervencionista. Fecha para el próximo jueves, ¿qué será de mi vida para ese entonces?
Llegué en hora pero María se enojó porque, debido al cumpleaños de Francisco, no la dejé invitar a Alejandra a casa.
Me encontré con una madre que, a pesar de su cara de moribunda, sostenía que los chicos se habían portado bien. Calenté la tortilla sobrante de ayer y herví unas salchichas. Comieron bien, pero María y Federico terminaron peleándose porque ambos querían el único yogur de frutilla. Transaron, finalmente, en compartirlo. Paula solo comió una mitad (de vainilla, por supuesto, todavía no entra en esas disputas) porque en la otra aterrizó un avioncito, a la sazón piloteado por su hermano. Gritos varios. Yo intentando lavar los platos con el conflicto de fondo.
Recordé que el delantal de Federico estaba en la soga. Subí al lavadero a toda marcha, lo sequé con la plancha y bajé deprimidísima luego de toparme con sendas pilas de ropa para lavar y planchar.
Teléfono: Francisco con 40. El cumpleaños postergado. Por suerte: los vestiditos arrugados, el regalo sin comprar. En ese instante no pensé en la otra familia (recuerdo el cumple de Federico suspendido por la varicela, el desconsuelo del gordo atormentado por la picazón, papá, si me querés, rascame) sino solo en la mía. Más que en mi familia, en mí.
Aunque había quedado en encontrarme con Verónica después de almorzar, anulé la cita por no dejarle otra vez los chicos a mamá. La alcancé hasta su casa (su artrosis la tiene a mal traer, le cuesta caminar) y lo llevé a Fede al Jardín. Cada vez subir y bajar a los tres, protestando, empujándose. Mi apuro.
Hice las camas y acosté a Paulita. María se quedó armando rompecabezas. Me dediqué a la ropa. Cuando me quise acordar eran las cinco menos veinte. Desperté a Paula, la cambié (contra su férrea voluntad) y salimos.
Federico (me había olvidado de que ahora sí podía ir al cumpleaños de Diego) contentísimo con el cambio de programa. Por suerte le había mandado el regalito.
Le di la leche a las nenas y reparé en que no había nada para cenar. De nuevo las cargué en el auto y fuimos al supermercado. María protestando porque la arranqué de la tele. Paula chocha ante la posibilidad de tocar todo.
Mientras estaba pagando, Paula desapareció. María llorando. Tardé interminables minutos en encontrarla junto a la góndola de las golosinas, comiendo caramelos de lo más feliz.
Todavía temblando fui a buscar a Federico. Cuando me vio, amenazó con pataleta. Siempre es temprano para él, pese a que las velitas, condición indispensable para retirarse de un cumple, ya habían sido sopladas. Lo tuve que sacar a la rastra. Los tres enchastrados con torta de chocolate. En consecuencia, chocolate en mi pantalón.
Por suerte en casa nos esperaba Luis, que se encargó del baño general. Antes de llegar arriba él también estaba contaminado por el chocolate. A veces parece que midiera mi alegría por su presencia solo en función del trabajo que me alivia. Pero ambos sabemos que no es así. Hice puré,  solicitado por Federico, y milanesas, imploradas por María. Y si hay algo que detesto cocinar es milanesas. La cocina llena de pan rallado. En fin, todo sea por darles el gusto.
Desde arriba los gritos de Luis: Fede había roto el despertador. Cuanto agarra, desarma. Bajaron lavados y planchados y comimos (milanesas con puré) en completa armonía. Luis los acostó mientras yo lavaba los platos y pasaba la escoba. Bajó y, recuperados como pareja, compartimos un café.

Ya me bañé y estoy en la cama. Todavía no puedo hacerme a la idea de que Felisa no vendrá por unos cuantos días.

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