Jueves 31
Salchichas con
tortilla de papa/Yogur
Milanesa con
puré/Mandarina
Empecé
muy mal el día. Y me temo que no se limitará al de hoy.
A
las cinco de la mañana, teléfono: la hermana de Felisa desde Corrientes. Murió
el padre. Llegó a las nueve y me tocó a mí darle la noticia. Mientras me
cambiaba me comunicó, escalera mediante, que iba a ver si conseguía pasaje. Le
dije que sacara dinero de la cajita. Por más que me apuré, cuando bajé ya se
había ido. No alcancé a abrazarla.
Cambio
de planes total. A las diez y media tenía hora con la dermatóloga. Llamé a mamá
que irrumpió, casi al instante, como un bombero. Desperté a Federico y a Paula
para dejárselos vestidos y desayunados. Aunque, por supuesto, llegué tarde,
tuve que esperar más de media hora para que me atendiera. Lo del párpado es una
verruga. Me preguntó si quería sacármela, aunque no era urgente, ni siquiera
imprescindible, motivos estéticos mediante. Sin pensarlo demasiado (además se
me hacía tarde para ir a buscar a la nena) asentí, pese a mi conocida posición
antiintervencionista. Fecha para el próximo jueves, ¿qué será de mi vida para
ese entonces?
Llegué
en hora pero María se enojó porque, debido al cumpleaños de Francisco, no la
dejé invitar a Alejandra a casa.
Me
encontré con una madre que, a pesar de su cara de moribunda, sostenía que los
chicos se habían portado bien. Calenté la tortilla sobrante de ayer y herví
unas salchichas. Comieron bien, pero María y Federico terminaron peleándose
porque ambos querían el único yogur de frutilla. Transaron, finalmente, en
compartirlo. Paula solo comió una mitad (de vainilla, por supuesto, todavía no
entra en esas disputas) porque en la otra aterrizó un avioncito, a la sazón
piloteado por su hermano. Gritos varios. Yo intentando lavar los platos con el
conflicto de fondo.
Recordé
que el delantal de Federico estaba en la soga. Subí al lavadero a toda marcha,
lo sequé con la plancha y bajé deprimidísima luego de toparme con sendas pilas
de ropa para lavar y planchar.
Teléfono:
Francisco con 40. El cumpleaños postergado. Por suerte: los vestiditos
arrugados, el regalo sin comprar. En ese instante no pensé en la otra familia
(recuerdo el cumple de Federico suspendido por la varicela, el desconsuelo del
gordo atormentado por la picazón, papá,
si me querés, rascame) sino solo en la mía. Más que en mi familia, en mí.
Aunque
había quedado en encontrarme con Verónica después de almorzar, anulé la cita
por no dejarle otra vez los chicos a mamá. La alcancé hasta su casa (su
artrosis la tiene a mal traer, le cuesta caminar) y lo llevé a Fede al Jardín. Cada
vez subir y bajar a los tres, protestando, empujándose. Mi apuro.
Hice
las camas y acosté a Paulita. María se quedó armando rompecabezas. Me dediqué a
la ropa. Cuando me quise acordar eran las cinco menos veinte. Desperté a Paula,
la cambié (contra su férrea voluntad) y salimos.
Federico
(me había olvidado de que ahora sí podía ir al cumpleaños de Diego)
contentísimo con el cambio de programa. Por suerte le había mandado el
regalito.
Le
di la leche a las nenas y reparé en que no había nada para cenar. De nuevo las
cargué en el auto y fuimos al supermercado. María protestando porque la
arranqué de la tele. Paula chocha ante la posibilidad de tocar todo.
Mientras
estaba pagando, Paula desapareció. María llorando. Tardé interminables minutos
en encontrarla junto a la góndola de las golosinas, comiendo caramelos de lo
más feliz.
Todavía
temblando fui a buscar a Federico. Cuando me vio, amenazó con pataleta. Siempre
es temprano para él, pese a que las velitas, condición indispensable para
retirarse de un cumple, ya habían sido sopladas. Lo tuve que sacar a la rastra.
Los tres enchastrados con torta de chocolate. En consecuencia, chocolate en mi
pantalón.
Por
suerte en casa nos esperaba Luis, que se encargó del baño general. Antes de
llegar arriba él también estaba contaminado por el chocolate. A veces parece
que midiera mi alegría por su presencia solo en función del trabajo que me
alivia. Pero ambos sabemos que no es así. Hice puré, solicitado por Federico, y milanesas,
imploradas por María. Y si hay algo que detesto cocinar es milanesas. La cocina
llena de pan rallado. En fin, todo sea por darles el gusto.
Desde
arriba los gritos de Luis: Fede había roto el despertador. Cuanto agarra, desarma.
Bajaron lavados y planchados y comimos (milanesas con puré) en completa
armonía. Luis los acostó mientras yo lavaba los platos y pasaba la escoba. Bajó
y, recuperados como pareja, compartimos un café.
Ya
me bañé y estoy en la cama. Todavía no puedo hacerme a la idea de que Felisa no
vendrá por unos cuantos días.
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