Martes 29
Bocadillos de
arroz con ensalada de tomate/Banana con dulce de leche
Pizza de jamón y
queso/ Mandarina
Una
mañana radiante me hizo revivir. Sobre todo porque, pese a mis temores, Felisa
apareció. Fui a Cabildo: trámites varios. Volví dispuesta a llevar a los chicos
a la plaza. Jugaron bien en la arena y yo me entretuve charlando con una
flamante madre. Me preguntó cómo se sobrevivía con tres y respondí sin
pensarlo: Bien, bastante bien. Cuando
llegó la hora de ir a buscar a María y, en consecuencia, de abandonar la plaza,
Federico hizo un berrinche. Me enojé con él y, de pasada, lo dejé en casa.
Mientras
caminaba bajo el sol con Paula en brazos haciéndome mimos, sentí que en ese
instante me alegraría saberme embarazada. Aun a costa de abandonar a los cuatro
un año después.
Pablo
vino a comer. Bullicioso almuerzo con buen ánimo general; Paulita, deliciosa.
Luis llegó cuando estábamos terminando. Por suerte algún bocadillo se había
salvado.
Federico
protestó para cambiarse y terminé gritándole, además de discutir con Luis que
en estos casos suele apañarlo. A pesar de ambos, salió impecable, peinado y con
los dientes limpios. Rezongó también por la mochila: quería la roja, a la sazón
colgada de la soga. Luis lo llevó al Jardín; ¿me habrán criticado juntos?
María
quiso ver la tele pero le recordé que si había amigos era otro el trato. Me
enferma verlos sentados como estúpidos frente a la pantalla en lugar de estar
jugando. He mantenido conversaciones diversas con diversos amigos que me
critican diciéndome que así los aparto de la realidad del mundo, los distancio
de las experiencias de sus compañeros. No creo que exista una única verdad
(como diría mamá: Qué difícil es el término
medio). De todos modos, cada uno hace lo que puede, lo que su historia
personal le dicta, más allá de sus propósitos. Finalmente la convencí y fueron
a jugar a la terraza.
Verónica
llegó para seguir trabajando, pero Paula se despertó enseguida y de muy
malhumor. Solo quería estar en mis brazos. Verónica esperándome. María y Pablo
reclamando la merienda antes ir al taller de plástica: clase de recuperación y
después un receso obligado porque operan a la maestra. Les preparé sándwiches con una
mano o, de a ratos, con ambas y el llanto de Paula desde el piso. Mientras la
gordita se quedaba encantada en brazos de Verónica, llevé a los chicos al
taller y me traje a Federico y, oh sorpresa, a Diego. No quisieron merendar y
fueron arriba, donde jugaron sin que se los escuchara. Paula con Felisa
mientras Verónica y yo seguíamos la lucha contra el bendito informe.
A
las siete la mamá de Pablo acercó a María a casa, empacada con que su amiguito
se quedara a dormir. Fastidio ante la negativa.
Me
disponía a preparar la comida cuando la nena recordó que tenía mucha tarea.
Intenté que la hiciera en la cocina, pero Paula empezó a subirse a la mesa y yo
a ponerme nerviosa, sobre todo porque María no entendía cómo construir palabras
cruzadas con el nombre de los compañeritos. Luis (debe haber recibido
telepáticamente mi llamado) llegó y me liberó de la india menor.
Cenamos.
A Federico se le antojó otra porción de pizza y, como se había acabado, hizo un
escándalo. ¡Qué pasa con este chico! Tuve que arreglar, con sus gritos de
fondo, una reunión con el Dr. Giménez, que precisa ya el informe.
Cuando
subí, Luis intentaba desenredarle el pelo a María, todavía sin terminar los
deberes. Matemática. Se desató la tragedia. Al menos dentro de mí. Me saca de
las casillas su lentitud. Y, aunque no le digo nada, se da cuenta y se bloquea
aún más. Por fin hizo las cuentas. Luego debía leer un párrafo, interpretarlo e
ilustrarlo. Como no entendía, le pedí que lo releyera y se negó. Me levanté de
su cama. Llanto copioso, creo que angustiado. Gritaba llamándome y diciendo que
lo leería. Regresé. Así lo hizo, pudo entenderlo y realizó los correspondientes
dibujos, realmente hermosos.
Paula,
que se había acostado de lo más contenta, ante tamaño bochinche empezó a
reclamarme. Mientras tanto, le pedí a Federico que se bañara. Luis ya lo había
intentado, pero como no le hizo caso, optó por irse a trabajar a su escritorio.
Lo metí en la bañadera. Gritaba clamando por su padre. Me echó. Le dejé la
toalla a mano y salí del baño para atender, alternativamente, las llamadas de
Paula y la tarea de María. Estuvo como media hora en el agua ya fría,
farfullando. Parece que no hay forma de que terminemos bien un día. Se acostó
solito. Me dio tanta lástima que me acerqué y le ofrecí un cuento. Se le
iluminó la carita, colorada de tanto llorar.
Ahora,
mientras Luis trabaja, duermen los tres. Estoy muy mal. Quiero cortar esta
racha. Quiero disfrutar de mis hijos. A pesar de amarlos tanto sé que los trato
mal. Es que siento que ellos también me tratan mal. Ya sé que son criaturas, pero
no lo puedo evitar.
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