miércoles, 15 de octubre de 2014

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Martes 29
Bocadillos de arroz con ensalada de tomate/Banana con dulce de leche
Pizza de jamón y queso/ Mandarina
Una mañana radiante me hizo revivir. Sobre todo porque, pese a mis temores, Felisa apareció. Fui a Cabildo: trámites varios. Volví dispuesta a llevar a los chicos a la plaza. Jugaron bien en la arena y yo me entretuve charlando con una flamante madre. Me preguntó cómo se sobrevivía con tres y respondí sin pensarlo: Bien, bastante bien. Cuando llegó la hora de ir a buscar a María y, en consecuencia, de abandonar la plaza, Federico hizo un berrinche. Me enojé con él y, de pasada, lo dejé en casa.
Mientras caminaba bajo el sol con Paula en brazos haciéndome mimos, sentí que en ese instante me alegraría saberme embarazada. Aun a costa de abandonar a los cuatro un año después.
Pablo vino a comer. Bullicioso almuerzo con buen ánimo general; Paulita, deliciosa. Luis llegó cuando estábamos terminando. Por suerte algún bocadillo se había salvado.
Federico protestó para cambiarse y terminé gritándole, además de discutir con Luis que en estos casos suele apañarlo. A pesar de ambos, salió impecable, peinado y con los dientes limpios. Rezongó también por la mochila: quería la roja, a la sazón colgada de la soga. Luis lo llevó al Jardín; ¿me habrán criticado juntos?
María quiso ver la tele pero le recordé que si había amigos era otro el trato. Me enferma verlos sentados como estúpidos frente a la pantalla en lugar de estar jugando. He mantenido conversaciones diversas con diversos amigos que me critican diciéndome que así los aparto de la realidad del mundo, los distancio de las experiencias de sus compañeros. No creo que exista una única verdad (como diría mamá: Qué difícil es el término medio). De todos modos, cada uno hace lo que puede, lo que su historia personal le dicta, más allá de sus propósitos. Finalmente la convencí y fueron a jugar a la terraza.
Verónica llegó para seguir trabajando, pero Paula se despertó enseguida y de muy malhumor. Solo quería estar en mis brazos. Verónica esperándome. María y Pablo reclamando la merienda antes ir al taller de plástica: clase de recuperación y después un receso obligado porque operan a la maestra. Les preparé sándwiches con una mano o, de a ratos, con ambas y el llanto de Paula desde el piso. Mientras la gordita se quedaba encantada en brazos de Verónica, llevé a los chicos al taller y me traje a Federico y, oh sorpresa, a Diego. No quisieron merendar y fueron arriba, donde jugaron sin que se los escuchara. Paula con Felisa mientras Verónica y yo seguíamos la lucha contra el bendito informe.
A las siete la mamá de Pablo acercó a María a casa, empacada con que su amiguito se quedara a dormir. Fastidio ante la negativa.
Me disponía a preparar la comida cuando la nena recordó que tenía mucha tarea. Intenté que la hiciera en la cocina, pero Paula empezó a subirse a la mesa y yo a ponerme nerviosa, sobre todo porque María no entendía cómo construir palabras cruzadas con el nombre de los compañeritos. Luis (debe haber recibido telepáticamente mi llamado) llegó y me liberó de la india menor.
Cenamos. A Federico se le antojó otra porción de pizza y, como se había acabado, hizo un escándalo. ¡Qué pasa con este chico! Tuve que arreglar, con sus gritos de fondo, una reunión con el Dr. Giménez, que precisa ya el informe.
Cuando subí, Luis intentaba desenredarle el pelo a María, todavía sin terminar los deberes. Matemática. Se desató la tragedia. Al menos dentro de mí. Me saca de las casillas su lentitud. Y, aunque no le digo nada, se da cuenta y se bloquea aún más. Por fin hizo las cuentas. Luego debía leer un párrafo, interpretarlo e ilustrarlo. Como no entendía, le pedí que lo releyera y se negó. Me levanté de su cama. Llanto copioso, creo que angustiado. Gritaba llamándome y diciendo que lo leería. Regresé. Así lo hizo, pudo entenderlo y realizó los correspondientes dibujos, realmente hermosos.
Paula, que se había acostado de lo más contenta, ante tamaño bochinche empezó a reclamarme. Mientras tanto, le pedí a Federico que se bañara. Luis ya lo había intentado, pero como no le hizo caso, optó por irse a trabajar a su escritorio. Lo metí en la bañadera. Gritaba clamando por su padre. Me echó. Le dejé la toalla a mano y salí del baño para atender, alternativamente, las llamadas de Paula y la tarea de María. Estuvo como media hora en el agua ya fría, farfullando. Parece que no hay forma de que terminemos bien un día. Se acostó solito. Me dio tanta lástima que me acerqué y le ofrecí un cuento. Se le iluminó la carita, colorada de tanto llorar.

Ahora, mientras Luis trabaja, duermen los tres. Estoy muy mal. Quiero cortar esta racha. Quiero disfrutar de mis hijos. A pesar de amarlos tanto sé que los trato mal. Es que siento que ellos también me tratan mal. Ya sé que son criaturas, pero no lo puedo evitar.

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