Domingo 27
Ñoquis a la
bolognesa/Ensalada de fruta
Pastel de
carne/Mousse de chocolate
Tomo
la birome solo en función de mi estricto sentido del deber, porque son las dos
de la madrugada y estoy molida.
El
día comenzó con un llamado de mamá: el billete, regalo de aniversario, había
sacado el tercer premio. Corrí a buscarlo al cajoncito de la cocina. No estaba.
Revolví la casa sin éxito. Se me ocurrió iniciar una investigación infantil.
Federico me preguntó: ¿Uno celeste con un
barquito? Sentí que palidecía mientras él, muy orgulloso, me mostraba su
obra: la carabela pegada en su cuaderno, también regalo de mamá. Está escrito
que solo nos enriqueceremos con el sudor de nuestra frente. Lo tomamos con
bastante filosofía porque, además de que no era una fortuna, nos causó gracia.
A mamá no tanto. Apareció al rato con su melliza fracción. Aunque nos negamos a
aceptarla, insistió tanto y estaba tan amargada que transamos en compartirla.
Ya hicimos cálculos: alcanzará para cambiar el lavarropas.
Superada
la euforia y la depresión emprendí lucha encarnizada contra las liendres de
María y, además, tratamiento preventivo en las otras dos cabecitas
pertenecientes a cuerpos que no soportaban demasiado dócilmente (léase patadas,
gritos, etc) el procedimiento.
Vino
a cenar Diana, mi amiga de la adolescencia, con sus dos hijas. Luis se hizo
cargo de los cinco chicos y pudimos charlar a gusto después de tantísimos años.
Mejor no explico el costo: indescriptible el fastidio posterior de Luis,
totalmente previsible. Pero no es cuestión de quejarse. No estuvo del todo mal
este domingo.
Un
detalle: cuando Diana probó el primer bocado le brillaron los ojos. ¿Sabés qué fue lo primero que comí en tu
casa?, me preguntó. ¿Ravioles?,
arriesgué. Este mismo pastel, lo
reconocería entre mil. En un instante se esfumó la distancia impuesta por
el tiempo, que inútilmente habíamos intentado derribar en las horas
transcurridas desde nuestro reencuentro. Y juntas, otra vez adolescentes,
paladeamos el pastel de papas que, pese a la intervención de mis manos,
descubrí con sorpresa, seguía siendo el de mi mamá. El que prepare María, ¿será
el mío?
Me encanta el matiz poético que le imprimís a la cotideaneidad en tu relato. Sos grosa.
ResponderEliminarMuchas gracias, Claudia!
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