viernes, 10 de octubre de 2014

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Domingo 27
Ñoquis a la bolognesa/Ensalada de fruta
Pastel de carne/Mousse de chocolate
Tomo la birome solo en función de mi estricto sentido del deber, porque son las dos de la madrugada y estoy molida.
El día comenzó con un llamado de mamá: el billete, regalo de aniversario, había sacado el tercer premio. Corrí a buscarlo al cajoncito de la cocina. No estaba. Revolví la casa sin éxito. Se me ocurrió iniciar una investigación infantil. Federico me preguntó: ¿Uno celeste con un barquito? Sentí que palidecía mientras él, muy orgulloso, me mostraba su obra: la carabela pegada en su cuaderno, también regalo de mamá. Está escrito que solo nos enriqueceremos con el sudor de nuestra frente. Lo tomamos con bastante filosofía porque, además de que no era una fortuna, nos causó gracia. A mamá no tanto. Apareció al rato con su melliza fracción. Aunque nos negamos a aceptarla, insistió tanto y estaba tan amargada que transamos en compartirla. Ya hicimos cálculos: alcanzará para cambiar el lavarropas.
Superada la euforia y la depresión emprendí lucha encarnizada contra las liendres de María y, además, tratamiento preventivo en las otras dos cabecitas pertenecientes a cuerpos que no soportaban demasiado dócilmente (léase patadas, gritos, etc) el procedimiento.
Vino a cenar Diana, mi amiga de la adolescencia, con sus dos hijas. Luis se hizo cargo de los cinco chicos y pudimos charlar a gusto después de tantísimos años. Mejor no explico el costo: indescriptible el fastidio posterior de Luis, totalmente previsible. Pero no es cuestión de quejarse. No estuvo del todo mal este domingo.

Un detalle: cuando Diana probó el primer bocado le brillaron los ojos. ¿Sabés qué fue lo primero que comí en tu casa?, me preguntó. ¿Ravioles?, arriesgué. Este mismo pastel, lo reconocería entre mil. En un instante se esfumó la distancia impuesta por el tiempo, que inútilmente habíamos intentado derribar en las horas transcurridas desde nuestro reencuentro. Y juntas, otra vez adolescentes, paladeamos el pastel de papas que, pese a la intervención de mis manos, descubrí con sorpresa, seguía siendo el de mi mamá. El que prepare María, ¿será el mío?

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