Miércoles 6
Sandwiches de
hamburguesa/Banana
Milanesas de
jamón y queso con ensalada de zanahoria/Manzana
Sigue
mi via crucis doméstico. ¿Qué culpas
estaré pagando? Lo rescatable es que ya estoy adquiriendo cierta cancha. El
lavado y el planchado ya no tienen secretos para mí. Hasta lavé los pulóveres
con la máquina bajo condiciones por mí científicamente predeterminadas. Quedaron
bárbaros y yo, orgullosísima. Por otro lado, estaba dispuesta a estropearlos
(la ventaja de ser empleada de una misma) con tal de no lavarlos a mano, uno
por uno, como hace Felisa religiosamente. He decidido que a esta casa no debe
entrar más ropa que destiña ni que encoja. Será desterrada de este hogar. Avisaré
a cuantos decidan regalarnos algo. Recuerdo cuando vino mi hermana Claudia con
su valija llena de ropa americana. Esa sí que sin grupo puede meterse toda
junta y que sin grupo no precisa plancha. Será cuestión de encargarle ajuar
completo para toda la familia. Bien valdrá la inversión si eso me libera un poco. Los
vestiditos con puntilla no son adecuados para mis actuales condiciones.
María
salió de la escuela decidida a que Alejandra y Lucila almorzaran en casa. Cedí
porque hace días que les estoy restringiendo los programas. Sandwiches de
hamburguesa para todo el mundo, Paula incluida. Sin cubiertos. Ellos
contentísimos pese a las objeciones que haría más de un naturista. Se portaron
bien y disfrutaron mucho. Yo también.
Federico,
para no ser menos, quiso traer dos compañeritos. Resultado: merienda para
siete, sin contarme. Paula de parabienes en medio del bochinche. Tanto que me
dio libertad absoluta para sumergirme en el lavadero. Mejor ni contar cómo
quedaron los dormitorios.
No
entiendo cómo pude soportarlo. Y hasta lo hice de buen ánimo. Debo estar grave.
Cuando Luis llegó no podía creer lo que veían sus ojos: salían chicos de abajo
de todos los muebles. Pese a las rabietas es un placer ver la casa tan llena de
vida. Después que se van grito todo lo que quiero y me descargo. Hoy hasta
logré que Fede ordenara, si esto sirve como medida de mis decibeles.
Me
siento energizada, ¿será por tanto contacto infantil?
La
casa es un aquelarre, pero estoy aprendiendo a mirar solo donde debo: la pila
de ropa bien planchada. Estoy orgullosa porque no queda ni un pañuelo en el
canasto. Jamás he conseguido lo mismo de Felisa. Parece que necesita que el
fondo quede cubierto para mantener su tranquilidad espiritual. Los chicos, por
supuesto, no se afligen por las migas en el piso. Y debo reconocer que Luis,
tampoco.
Como
contraparte del sencillo almuerzo, cenamos milanesas de jamón y queso
(Alejandra incluida porque Luis, mientras fui al almacén, accedió sin
consultarme a las duplicadas súplicas y se quedó a dormir), cuya receta
escuché por la radio mientras planchaba. Salieron riquísimas pese a los mil
utensilios empleados a la sazón. Adelante con los faroles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario