lunes, 3 de noviembre de 2014

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Miércoles 6
Sandwiches de hamburguesa/Banana
Milanesas de jamón y queso con ensalada de zanahoria/Manzana
Sigue mi via crucis doméstico. ¿Qué culpas estaré pagando? Lo rescatable es que ya estoy adquiriendo cierta cancha. El lavado y el planchado ya no tienen secretos para mí. Hasta lavé los pulóveres con la máquina bajo condiciones por mí científicamente predeterminadas. Quedaron bárbaros y yo, orgullosísima. Por otro lado, estaba dispuesta a estropearlos (la ventaja de ser empleada de una misma) con tal de no lavarlos a mano, uno por uno, como hace Felisa religiosamente. He decidido que a esta casa no debe entrar más ropa que destiña ni que encoja. Será desterrada de este hogar. Avisaré a cuantos decidan regalarnos algo. Recuerdo cuando vino mi hermana Claudia con su valija llena de ropa americana. Esa sí que sin grupo puede meterse toda junta y que sin grupo no precisa plancha. Será cuestión de encargarle ajuar completo para toda la familia. Bien valdrá la inversión si eso me libera un poco.  Los vestiditos con puntilla no son adecuados para mis actuales condiciones.
María salió de la escuela decidida a que Alejandra y Lucila almorzaran en casa. Cedí porque hace días que les estoy restringiendo los programas. Sandwiches de hamburguesa para todo el mundo, Paula incluida. Sin cubiertos. Ellos contentísimos pese a las objeciones que haría más de un naturista. Se portaron bien y disfrutaron mucho. Yo también.
Federico, para no ser menos, quiso traer dos compañeritos. Resultado: merienda para siete, sin contarme. Paula de parabienes en medio del bochinche. Tanto que me dio libertad absoluta para sumergirme en el lavadero. Mejor ni contar cómo quedaron los dormitorios.
No entiendo cómo pude soportarlo. Y hasta lo hice de buen ánimo. Debo estar grave. Cuando Luis llegó no podía creer lo que veían sus ojos: salían chicos de abajo de todos los muebles. Pese a las rabietas es un placer ver la casa tan llena de vida. Después que se van grito todo lo que quiero y me descargo. Hoy hasta logré que Fede ordenara, si esto sirve como medida de mis decibeles.
Me siento energizada, ¿será por tanto contacto infantil?
La casa es un aquelarre, pero estoy aprendiendo a mirar solo donde debo: la pila de ropa bien planchada. Estoy orgullosa porque no queda ni un pañuelo en el canasto. Jamás he conseguido lo mismo de Felisa. Parece que necesita que el fondo quede cubierto para mantener su tranquilidad espiritual. Los chicos, por supuesto, no se afligen por las migas en el piso. Y debo reconocer que Luis, tampoco.

Como contraparte del sencillo almuerzo, cenamos milanesas de jamón y queso (Alejandra incluida porque Luis, mientras fui al almacén, accedió sin consultarme a las duplicadas súplicas y se quedó a dormir), cuya receta escuché por la radio mientras planchaba. Salieron riquísimas pese a los mil utensilios empleados a la sazón. Adelante con los faroles.

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