miércoles, 19 de noviembre de 2014

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Miércoles 13
Tarta de berenjenas con arroz blanco/Queso y dulce
Churrasco con ensalada de tomate/Gelatina
Esta casa es un caos. Me disponía, aprovechando la siesta de Paula, a preparar la torta solicitada por la maestra de María para festejar el estreno de las lapiceras, cuando apareció Marisa como una poseída: la llamó el portero de su madre, contándole que la había encontrado desmayada en el suelo. Como soy la más cercana trajo a Leandro a casa, luego de llamar a la ambulancia. Cuando vio el estado familiar quiso llevárselo pero, por supuesto, se lo impedí.
Me encontré así con la torta a medio hacer, un hermoso gordo de diez meses en brazos y un bolso lleno de mamaderas y pañales. ¿Pensaría dejarlo una semana? Decidí  tomarme la vida con filosofía y le avisé a María, que bajó encantada a ocuparse del bebé. Entes a los que adora, sobre todo cuando no la unen lazos de sangre. Aunque no pueda creerse terminé la torta mientras mi primogénita lo paseaba en cochecito a través de toda la casa.
La cosa se complicó al llegar la hora de buscarlo a Federico, porque ya fleté el asientito para bebés del coche, que Paula siempre detestó profundamente. Le encomendé a María la difícil misión de llevarlo en brazos, evitando que Paula lo descuartizara. Por suerte es un gordo pancho, todo le viene bien y estaba de lo más divertido con tanto movimiento a su alrededor.
Federico fue a lo de Diego (uno menos) y regresamos a merendar. Me sentí rarísima entibiando mamaderas: disfruté un montón. Paula no tanto. Recordé en un instante cuánto me gustan los bebés, creo que más que los verdaderos niños de carne y hueso, que nunca están en el lugar donde uno los deja. Paula no sabía qué hacer para acaparar mi atención y venía a cada rato a mostrarme su dedito vendado. Pobrecita mi gorda. Mañana la tengo que llevar a lo de Montes. Aprovecharé para retirar el resultado de la biopsia, porque un viaje por semana al centro me basta y sobra, y ya será el segundo de esta.
Cambié a Leandro luego de subir la escalera con los dos cargados ya que a Paula le sobrevino un agudo dolor de pies. Me pregunté cómo me arreglaría con otro bebé. Dudo de que, más allá de las ganas, me alcanzaran las fuerzas.
Las camas sin hacer, la ropa tirada por el piso: un espectáculo lamentable. Intenté dejar a Leandro en el piso con los chiches, pero se ve que el niñito abandonó la inconciencia y comenzó a extrañar a su madre, porque no quiso saber nada del asunto. Terminé con el bebé en una rodilla, Paula en la otra y María sentada a mi lado, mirando dibujitos en la tele. Un espectáculo más lamentable que el anterior. Mientras tanto mi mente a mil por hora, tratando de organizar todas las tareas pendientes.
Marisa llegó antes de lo esperado y me sustrajo al gordito, sin que tuviéramos tiempo de despedirnos.
Fuimos a buscar a Fede (la contraparte de aliviar el panorama durante unas horas) y llegué para meterlos en la bañadera y preparar los churrascos aportados ayer por Luis, cuyo silbido escuché cuando mi desesperación ya estaba en altos grados.

Estoy destruida y todavía tengo que hacer el relleno para las empanadas que le prometí a mamá para la reunión con sus excompañeras. Luis dijo que me ayudaría, así que nos vamos a pelear un poco, porque se enoja cuando lo pongo a picar cebollas y después lo reto ya que, invariablemente, las deja gigantes

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