Miércoles 13
Tarta de
berenjenas con arroz blanco/Queso y dulce
Churrasco con
ensalada de tomate/Gelatina
Esta
casa es un caos. Me disponía, aprovechando la siesta de Paula, a preparar la
torta solicitada por la maestra de María para festejar el estreno de las
lapiceras, cuando apareció Marisa como una poseída: la llamó el portero de su
madre, contándole que la había encontrado desmayada en el suelo. Como soy la
más cercana trajo a Leandro a casa, luego de llamar a la ambulancia. Cuando vio
el estado familiar quiso llevárselo pero, por supuesto, se lo impedí.
Me
encontré así con la torta a medio hacer, un hermoso gordo de diez meses en
brazos y un bolso lleno de mamaderas y pañales. ¿Pensaría dejarlo una semana?
Decidí tomarme la vida con filosofía y
le avisé a María, que bajó encantada a ocuparse del bebé. Entes a los que
adora, sobre todo cuando no la unen lazos de sangre. Aunque no pueda creerse
terminé la torta mientras mi primogénita lo paseaba en cochecito a través de
toda la casa.
La
cosa se complicó al llegar la hora de buscarlo a Federico, porque ya fleté el
asientito para bebés del coche, que Paula siempre detestó profundamente. Le
encomendé a María la difícil misión de llevarlo en brazos, evitando que Paula
lo descuartizara. Por suerte es un gordo pancho, todo le viene bien y estaba de
lo más divertido con tanto movimiento a su alrededor.
Federico
fue a lo de Diego (uno menos) y regresamos a merendar. Me sentí rarísima
entibiando mamaderas: disfruté un montón. Paula no tanto. Recordé en un instante
cuánto me gustan los bebés, creo que más que los verdaderos niños de carne y
hueso, que nunca están en el lugar donde uno los deja. Paula no sabía qué hacer
para acaparar mi atención y venía a cada rato a mostrarme su dedito vendado.
Pobrecita mi gorda. Mañana la tengo que llevar a lo de Montes. Aprovecharé para
retirar el resultado de la biopsia, porque un viaje por semana al centro me
basta y sobra, y ya será el segundo de esta.
Cambié
a Leandro luego de subir la escalera con los dos cargados ya que a Paula le
sobrevino un agudo dolor de pies. Me pregunté cómo me arreglaría con otro bebé.
Dudo de que, más allá de las ganas, me alcanzaran las fuerzas.
Las
camas sin hacer, la ropa tirada por el piso: un espectáculo lamentable. Intenté
dejar a Leandro en el piso con los chiches, pero se ve que el niñito abandonó
la inconciencia y comenzó a extrañar a su madre, porque no quiso saber nada del
asunto. Terminé con el bebé en una rodilla, Paula en la otra y María sentada a
mi lado, mirando dibujitos en la tele. Un espectáculo más lamentable que el
anterior. Mientras tanto mi mente a mil por hora, tratando de organizar todas las
tareas pendientes.
Marisa
llegó antes de lo esperado y me sustrajo al gordito, sin que tuviéramos tiempo
de despedirnos.
Fuimos
a buscar a Fede (la contraparte de aliviar el panorama durante unas horas) y
llegué para meterlos en la bañadera y preparar los churrascos aportados ayer
por Luis, cuyo silbido escuché cuando mi desesperación ya estaba en altos
grados.
Estoy
destruida y todavía tengo que hacer el relleno para las empanadas que le
prometí a mamá para la reunión con sus excompañeras. Luis dijo que me ayudaría,
así que nos vamos a pelear un poco, porque se enoja cuando lo pongo a picar
cebollas y después lo reto ya que, invariablemente, las deja gigantes
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