miércoles, 5 de noviembre de 2014

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Jueves 7
Soufflé de zapallo/Postrecito de vainilla
Panchos/Alfajor
No fue la mejor de las noches. Aunque mis tres hijos durmieron como lirones, hete aquí que Alejandra se desveló. No estaba ni asustada ni angustiada, solo insomne. A cada rato se aparecía en nuestro cuarto preguntando la hora. A las dos de la mañana Luis (único responsable de la presencia de la ¨bella no durmiente¨) perdió la paciencia y decidió llamar para que la vinieran a buscar. Logré arrancarle el teléfono y, vista la situación, me levanté para hacerle compañía al duende. Bajamos, le calenté un té, le ofrecí un bombón y le proporcioné un rompecabezas. Aprovechando la ocasión, adelanté la comida para hoy, mientras la ayudaba con una u otra pieza,. Afortunadamente la estrategia dio resultado y empezó a bostezar. Subimos y la acosté. Cuando la tapé me tiró los bracitos al cuello diciéndome: Gracias, Laura. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Se durmió enseguida y esta mañana, pese a la trasnochada, se despertó al primer llamado.
Ya se habían ido cuando caí en la cuenta de que tenía turno con la dermatóloga. Mi principal problema consistió en ubicar a los chicos, porque mamá no estaba disponible. Paula en lo de Verónica (la gorda debutó y muy bien), Federico en lo de Santiago y María en casa de Alejandra. Luis se hizo un ratito para acompañarme, a pesar de que insistí en que no era necesario.
Recién cuando estaba esperando que la anestesia hiciera efecto, me puse nerviosa. Había estado tan ocupada que no me restaron neuronas para hacerme problema. No hay mal que por bien no venga. Fue una pavada y me encontré con un Luis que no podía creer que ya todo hubiera terminado. Llevamos el material a analizar (la dermatóloga se juega a que es solo una verruga) y empezamos el recorrido de retiro de niños.
Llegamos con todos dormidos, sin bañar y sin comer. Lo peor de la jornada (mucho peor que el pinchazo en el párpado), aunque el que llevó la parte más pesada fue Luis, en razón de mi convalecencia (ni siquiera me taparon el ojo, pero es un placer sentirse mimada).
Es extraña la sensación de saber que me sacaron algo. Similar a la que tuve el año pasado cuando me extrajeron, por primera vez, una muela. Volví del dentista y me acosté, de día, mirando el árbol por la ventana. El mismo árbol que me remite a mis puerperios. La sensación de placidez de estar entre sábanas inmaculadas, mirando moverse las hojitas, con el bebé prendido de la teta. Me da una nostalgia infinita. Con los tres disfruté muchísimo de los primeros meses. Mi intimidad defendida a capa y espada aun de los hermanitos demandantes. La conciencia absolutamente tranquila porque ellos también habían sido destinatarios absolutos de mi tiempo, de mi cuerpo, de mi amor. De esa suerte de tranquilidad que me sobreviene, hasta siento que mi sangre circula a otro ritmo. Únicos períodos de mi historia donde pierdo la permanente sensación de apuro, donde recupero la sensación de placer por el placer mismo. Mejor no me doy más manija porque me decido al cuarto. Y después de que cumpla tres meses, lo rifo.
En fin, aquí estoy, sin bebé y con el ojo empezando a picarme. Contenta de que todo haya pasado. Odio las cosas pendientes.

Abandono porque la doctora me dijo que no fuerce la vista. Espero no amanecer demasiado hinchada.

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