Jueves 7
Soufflé de
zapallo/Postrecito de vainilla
Panchos/Alfajor
No
fue la mejor de las noches. Aunque mis tres hijos durmieron como lirones, hete
aquí que Alejandra se desveló. No estaba ni asustada ni angustiada, solo
insomne. A cada rato se aparecía en nuestro cuarto preguntando la hora. A las
dos de la mañana Luis (único responsable de la presencia de la ¨bella no
durmiente¨) perdió la paciencia y decidió llamar para que la vinieran a buscar.
Logré arrancarle el teléfono y, vista la situación, me levanté para hacerle
compañía al duende. Bajamos, le calenté un té, le ofrecí un bombón y le
proporcioné un rompecabezas. Aprovechando la ocasión, adelanté la comida para
hoy, mientras la ayudaba con una u otra pieza,. Afortunadamente la estrategia
dio resultado y empezó a bostezar. Subimos y la acosté. Cuando la tapé me tiró
los bracitos al cuello diciéndome: Gracias,
Laura. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Se durmió enseguida y esta
mañana, pese a la trasnochada, se despertó al primer llamado.
Ya
se habían ido cuando caí en la cuenta de que tenía turno con la dermatóloga. Mi
principal problema consistió en ubicar a los chicos, porque mamá no estaba
disponible. Paula en lo de Verónica (la gorda debutó y muy bien), Federico en
lo de Santiago y María en casa de Alejandra. Luis se hizo un ratito para
acompañarme, a pesar de que insistí en que no era necesario.
Recién
cuando estaba esperando que la anestesia hiciera efecto, me puse nerviosa.
Había estado tan ocupada que no me restaron neuronas para hacerme problema. No
hay mal que por bien no venga. Fue una pavada y me encontré con un Luis que no
podía creer que ya todo hubiera terminado. Llevamos el material a analizar (la
dermatóloga se juega a que es solo una verruga) y empezamos el recorrido de
retiro de niños.
Llegamos
con todos dormidos, sin bañar y sin comer. Lo peor de la jornada (mucho peor
que el pinchazo en el párpado), aunque el que llevó la parte más pesada fue
Luis, en razón de mi convalecencia (ni siquiera me taparon el ojo, pero es un
placer sentirse mimada).
Es
extraña la sensación de saber que me sacaron algo. Similar a la que tuve el año
pasado cuando me extrajeron, por primera vez, una muela. Volví del dentista y
me acosté, de día, mirando el árbol por la ventana. El mismo árbol que me
remite a mis puerperios. La sensación de placidez de estar entre sábanas
inmaculadas, mirando moverse las hojitas, con el bebé prendido de la teta. Me
da una nostalgia infinita. Con los tres disfruté muchísimo de los primeros
meses. Mi intimidad defendida a capa y espada aun de los hermanitos
demandantes. La conciencia absolutamente tranquila porque ellos también habían
sido destinatarios absolutos de mi tiempo, de mi cuerpo, de mi amor. De esa
suerte de tranquilidad que me sobreviene, hasta siento que mi sangre circula a
otro ritmo. Únicos períodos de mi historia donde pierdo la permanente sensación
de apuro, donde recupero la sensación de placer por el placer mismo. Mejor no
me doy más manija porque me decido al cuarto. Y después de que cumpla tres
meses, lo rifo.
En
fin, aquí estoy, sin bebé y con el ojo empezando a picarme. Contenta de que
todo haya pasado. Odio las cosas pendientes.
Abandono
porque la doctora me dijo que no fuerce la vista. Espero no amanecer demasiado
hinchada.
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