miércoles, 26 de noviembre de 2014

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Sábado 16
Papas fritas con huevo frito/Yogur
Empanadas de carne, jamón y queso, choclo y verdura/Postrecito de chocolate
Pésima noche. María volvió a despertarse sobresaltada, lo que provocó que también se sobresaltara Paula, que tardó más de una hora en volver a dormirse. Es notable como una mala noche puede destruir a un ser humano. Y nosotros hemos tenido bastante suerte al respecto. Enfermedades al margen, nuestros chicos suelen dormir bien. La nena de unos conocidos es un infierno: hace tres años que no duerme. Que no duermen. Se despierta a las cuatro de la mañana, por ejemplo, dispuesta a ver la tele o a desayunar. Ya están tan desesperados que la dejan hacer cualquier cosa. Por lo general, además, se hace pis, lo que añade a la despertada el cambio de nena y de sábanas. No comprendo cómo pueden seguir siendo dos personas equilibradas, de buen humor en general. El amor por los hijos es a prueba de balas.
Me levanté muy preocupada; lo llamé a Montes que, bajo mi presión, me dio el teléfono de una sicóloga de su confianza (¿cómo puede ser que Ana María no esté aquí?). Ya me comuniqué: nos citó para el viernes próximo. Estoy más tranquila al haber tomado una decisión al respecto. Lo que no sé es cómo vamos a absorber el gasto extra porque, aunque no quiso adelantarme sus honorarios, habló de unas ocho sesiones para el psicodiagnóstico completo, incluida una visita con toda la familia. En fin, Dios (si es que existe y se ocupa de estos ramos) proveerá. De todos modos, es horrible la sensación de mezclar la legítima preocupación por los hijos con la preocupación económica. De carne somos.
Para compensar, el día transcurrió bastante pacíficamente. A la mañana Luis llevó a los chicos a la plaza (después de la curación de Paula que hoy lloró como una marrana; ya tiene bastante mejor el dedito) mientras yo horneaba las empanadas para mamá. Quedaron perfectas
Después del almuerzo fui con María y Federico a lo de papá a llevarle su regalo de cumpleaños. Paula se quedó durmiendo y Luis, con residuos aún de su malhumor de ayer, de acompañante. Visita de médico. Me pongo nerviosísima cuando los chicos empiezan a tocar las porcelanas y los cristales depositados sobre innumerables mesitas bajas. Recuerdo una reunión en casa de los padres de Verónica. Federico agarró una cajita y yo, alarmada, pregunté si se rompía. La señora (abuela de siete nietos) me contestó: Quedate tranquila, todo lo que se rompía ya se rompió. En lo de papá todo está intacto, ¿por qué será?
Pese a mi oposición, Luis fue a comprar empanadas (ironía del destino, acababa de entregarle a mamá cuarenta, prolijamente hechas por mis manos) y por pedido especial de María comimos arriba, en su cuarto. Cuando Fede era chiquito habíamos tomado la costumbre de que esa fuera la sede de los desayunos dominicales. Hacía mucho que no repetíamos la excursión interna. Un loquero pero los chicos contentísimos. Los dejamos ver un rato de televisión y después se bañaron bastante civilizadamente.

Ya se acostaron. Ante el menor ruido pienso en María. Me alivia sentir que otro empieza a hacerse cargo del problema. Luis dice (¿para intentar tranquilizarme?) que ya se le pasará. Yo, como de costumbre, más alarmista. Deseo de todo corazón que sea de él la razón. Siento que lo que le pasa a la nena es por mi exclusiva culpa. Por mi exigencia con ella. Quisiera poder controlarme pero dudo de mis fuerzas. Es extraño lo que me pasa con María. Todo lo que a ella concierne me sacude hasta el centro. Creo que de los tres es con la que me siento más conectada. ¿Porque es la primogénita o porque determinadas características suyas me remiten a mi propia infancia?

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