Sábado 9
Puchero/Manzana
Goulash con
arroz/Mandarina
Hoy
estuve de pésimo humor y, no sé si a resueltas de eso, el ojo me molestó bastante. Los chicos más, sobre todo porque
Luis trabajó toda la mañana y como no quise (pese a su propia voluntad) que
comiésemos sin esperarlo, almorzamos a las tres y se alteró todo el diagrama
horario. Paula, por ejemplo, durmió un ratito antes de comer y después se
resistió enérgicamente a la siesta. No pude hacer nada. Estuve todo el día fastidiada con Luis. Todo
cuanto hacía me venía mal. Hasta el ruido al morder la manzana.
Estoy harta de las tareas domésticas, de la
rutina. Preciso aire fresco. No contaminado con llantos infantiles.
Luis
se acostó y estoy escribiendo en la cocina mientras tomo un café. Necesitaba
unos minutos de absoluta soledad, sin respiraciones a mi alrededor.
Acabo
de darme cuenta de la real causa de la violenta decadencia de mi estado anímico.
Esta mañana recibí carta de Felisa: se enfermó la madre. Dice que regresará en
cuanto pueda, pero omitió decir en qué año. Al menos otra semana por delante.
Ayer estaba contenta porque creía que era el último viernes de mi condena. Casi
lloro cuando vi el sobre, señal de que todavía la separaban kilómetros de la
ropa sin planchar. Me deprimí muchísimo y todavía me dura el bajoneo. No tengo
escapatoria, no puedo mandarme mudar y abandonar niños, casa y marido, aunque,
por momentos, ganas no me faltan. Lo único que me resta es quejarme y
protestar. En todos estos días no vi a nadie, hace siglos que no hablo con mis
amigas, que no comparto un café. Quisiera gritar de bronca aunque, en el fondo,
soy plenamente consciente de que mi drama no es tal. Constituye el cotidiano
transcurrir de la mayor parte de las mujeres. Siempre es un alivio sentirme
acompañada en mi calvario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario