viernes, 28 de noviembre de 2014

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Domingo 17
Hamburguesas a la parrilla/Helado de palito
Arvejas salteadas con huevo frito/Manzana
María durmió como una bendita, no así Federico que dio baile porque le picaba la cola, Supongo que serán oxiuros. Obvié el análisis y empezamos a darle el remedio utilizado con María, por suerte sobrante. Espero que Montes no se enoje por las atribuciones tomadas, pero no estoy dispuesta a que el pobre chico pase una sola noche más sufriendo. Bichos de mierda, si me habrán arruinado buena la infancia. Creo que los padecí durante años, hasta rezaba para que Dios mitigara mi calvario. Al final ya ni se lo comunicaba a los adultos: me daba vergüenza. Cuando vi que María empezaba a retorcerse al llegar la nochecita, me desesperé. Sufrí por ella y junto con ella. Por fortuna el análisis dio enseguida positivo y al segundo día de tratamiento, problema solucionado. Lo medí con mi martirio y de alguna manera le eché culpas a mi madre por no haberse tomado en serio mi problema. Es que si yo hubiera chillado como María no habría tenido más remedio que ocuparse. Yo sufría en silencio. Costumbre que, por suerte para ellos, no ha heredado ninguno de mis hijos.
Después de meses fuimos al club. Cuando llega el fin de semana me dan pocas ganas de arriar con bicicletas, triciclos, comida, pañales y zapatillas de repuesto. Una vez allí me alegro de haber ido, sobre todo por los chicos, pero me cuesta arrancar. A veces siguen sobre nuestras cabezas. Me pongo mal con ellos, sobre todo con María y trato de expulsarla para que haga migas con los numerosos niñitos presentes, con la consecuente resistencia de su parte. Hay que reconocer que Luis y yo no somos una imagen muy socializadora. Vamos al club y nos quedamos juntos, charlando, sin siquiera mirar a nuestro entorno. Pero así como estoy llena de amigos atesorados a lo largo de mi tránsito por distintas vías, en diversas etapas de mi vida, María también tiene excelente relación con sus compañeros. Creo que ambas precisamos tiempo para contactarnos, pero cuando lo logramos, lo hacemos con profundidad.
En definitiva: fuimos al club. Luis hizo hamburguesas a la parrilla (parece un pibe cuando hace asado, se divierte un montón) y nos sentamos interminablemente frente al arenero mientras los chicos jugaban. Impresionantes los progresos motrices de Paula. Todos se sorprendían de verla tan chiquita subiendo con esa soltura al tobogán, a la trepadora. No es una actividad muy relajada cuidarla. Al menor descuido su vida en peligro. No mide la posibilidad de éxito de sus proezas, solo se preocupa de llevarlas a cabo. Será porque confía en que siempre habrá una mano atenta para salvarla de estrellarse, dispuesta a preservarle la vida hasta la adolescencia.
Averiguamos posibles actividades para los chicos y ya los inscribimos (comenzarán el próximo mes): pelota al cesto para María, yudo (a mí no me convencía demasiado pero Luis insistió) para Federico. Parecen contentos con la idea y creo que les vendrá bien. Quizás así nos obliguemos a ir sistemáticamente. Aunque, en realidad, odio las obligaciones, las rutinas, sobre todo en los fines de semana. Todo sea por ellos.
Intenté leer (actividad relegada desde la ausencia de Felisa) pero con poca suerte, porque a cada rato debía abandonar el libro (La causa de los niños, Francoise Doltó, cada vez que leo a esta mujer se me da vuelta la cabeza; me impresionó muchísimo enterarme de su muerte; creo que hubiera atravesado el Atlántico, no se ponga celosa, para que tratara a María) para salvar a Paula de una fractura. Luis andaba con los mayores visitando los caballos.
Espero que Federico duerma. Confío en que María también. Descuento que Paula dormirá como una bendita. Yo también, en la medida en que me lo permitan, porque estoy reventada, luego de haberme dedicado a lavar la ropa que llegó del club hecha una calamidad. Cuando la veo así creo que la decisión  más inteligente sería tirarla a la basura. Es hasta gratificante descolgarla de la soga en estado nuevamente aceptable. Pese al estado ahora transferido a mis manos: las tengo a la miseria.
Veré si antes de desmayarme consigo leer unas hojas. Voy a hacerme un poco de mala sangre con la Dolto. Nunca leí a nadie que me transmitiera semejante sabiduría, tan entremezclados los conocimientos científicos, el sentido común, el respeto por el amor, por el ser humano. Nadie que al dar un consejo sobre cómo sacar el chupete pusiera de manifiesto toda una filosofía de vida, diera una lección de humanidad. Al volver cada página oscilo entre la euforia o la depresión, según me sienta aceptada o juzgada en mi labor materna. Es bastante fácil saber lo que hay que hacer con los hijos. Lo difícil es hacerlo. Sostenidamente en el tiempo por añadidura

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