viernes, 28 de noviembre de 2014

26

Domingo 17
Hamburguesas a la parrilla/Helado de palito
Arvejas salteadas con huevo frito/Manzana
María durmió como una bendita, no así Federico que dio baile porque le picaba la cola, Supongo que serán oxiuros. Obvié el análisis y empezamos a darle el remedio utilizado con María, por suerte sobrante. Espero que Montes no se enoje por las atribuciones tomadas, pero no estoy dispuesta a que el pobre chico pase una sola noche más sufriendo. Bichos de mierda, si me habrán arruinado buena la infancia. Creo que los padecí durante años, hasta rezaba para que Dios mitigara mi calvario. Al final ya ni se lo comunicaba a los adultos: me daba vergüenza. Cuando vi que María empezaba a retorcerse al llegar la nochecita, me desesperé. Sufrí por ella y junto con ella. Por fortuna el análisis dio enseguida positivo y al segundo día de tratamiento, problema solucionado. Lo medí con mi martirio y de alguna manera le eché culpas a mi madre por no haberse tomado en serio mi problema. Es que si yo hubiera chillado como María no habría tenido más remedio que ocuparse. Yo sufría en silencio. Costumbre que, por suerte para ellos, no ha heredado ninguno de mis hijos.
Después de meses fuimos al club. Cuando llega el fin de semana me dan pocas ganas de arriar con bicicletas, triciclos, comida, pañales y zapatillas de repuesto. Una vez allí me alegro de haber ido, sobre todo por los chicos, pero me cuesta arrancar. A veces siguen sobre nuestras cabezas. Me pongo mal con ellos, sobre todo con María y trato de expulsarla para que haga migas con los numerosos niñitos presentes, con la consecuente resistencia de su parte. Hay que reconocer que Luis y yo no somos una imagen muy socializadora. Vamos al club y nos quedamos juntos, charlando, sin siquiera mirar a nuestro entorno. Pero así como estoy llena de amigos atesorados a lo largo de mi tránsito por distintas vías, en diversas etapas de mi vida, María también tiene excelente relación con sus compañeros. Creo que ambas precisamos tiempo para contactarnos, pero cuando lo logramos, lo hacemos con profundidad.
En definitiva: fuimos al club. Luis hizo hamburguesas a la parrilla (parece un pibe cuando hace asado, se divierte un montón) y nos sentamos interminablemente frente al arenero mientras los chicos jugaban. Impresionantes los progresos motrices de Paula. Todos se sorprendían de verla tan chiquita subiendo con esa soltura al tobogán, a la trepadora. No es una actividad muy relajada cuidarla. Al menor descuido su vida en peligro. No mide la posibilidad de éxito de sus proezas, solo se preocupa de llevarlas a cabo. Será porque confía en que siempre habrá una mano atenta para salvarla de estrellarse, dispuesta a preservarle la vida hasta la adolescencia.
Averiguamos posibles actividades para los chicos y ya los inscribimos (comenzarán el próximo mes): pelota al cesto para María, yudo (a mí no me convencía demasiado pero Luis insistió) para Federico. Parecen contentos con la idea y creo que les vendrá bien. Quizás así nos obliguemos a ir sistemáticamente. Aunque, en realidad, odio las obligaciones, las rutinas, sobre todo en los fines de semana. Todo sea por ellos.
Intenté leer (actividad relegada desde la ausencia de Felisa) pero con poca suerte, porque a cada rato debía abandonar el libro (La causa de los niños, Francoise Doltó, cada vez que leo a esta mujer se me da vuelta la cabeza; me impresionó muchísimo enterarme de su muerte; creo que hubiera atravesado el Atlántico, no se ponga celosa, para que tratara a María) para salvar a Paula de una fractura. Luis andaba con los mayores visitando los caballos.
Espero que Federico duerma. Confío en que María también. Descuento que Paula dormirá como una bendita. Yo también, en la medida en que me lo permitan, porque estoy reventada, luego de haberme dedicado a lavar la ropa que llegó del club hecha una calamidad. Cuando la veo así creo que la decisión  más inteligente sería tirarla a la basura. Es hasta gratificante descolgarla de la soga en estado nuevamente aceptable. Pese al estado ahora transferido a mis manos: las tengo a la miseria.
Veré si antes de desmayarme consigo leer unas hojas. Voy a hacerme un poco de mala sangre con la Dolto. Nunca leí a nadie que me transmitiera semejante sabiduría, tan entremezclados los conocimientos científicos, el sentido común, el respeto por el amor, por el ser humano. Nadie que al dar un consejo sobre cómo sacar el chupete pusiera de manifiesto toda una filosofía de vida, diera una lección de humanidad. Al volver cada página oscilo entre la euforia o la depresión, según me sienta aceptada o juzgada en mi labor materna. Es bastante fácil saber lo que hay que hacer con los hijos. Lo difícil es hacerlo. Sostenidamente en el tiempo por añadidura

miércoles, 26 de noviembre de 2014

25

Sábado 16
Papas fritas con huevo frito/Yogur
Empanadas de carne, jamón y queso, choclo y verdura/Postrecito de chocolate
Pésima noche. María volvió a despertarse sobresaltada, lo que provocó que también se sobresaltara Paula, que tardó más de una hora en volver a dormirse. Es notable como una mala noche puede destruir a un ser humano. Y nosotros hemos tenido bastante suerte al respecto. Enfermedades al margen, nuestros chicos suelen dormir bien. La nena de unos conocidos es un infierno: hace tres años que no duerme. Que no duermen. Se despierta a las cuatro de la mañana, por ejemplo, dispuesta a ver la tele o a desayunar. Ya están tan desesperados que la dejan hacer cualquier cosa. Por lo general, además, se hace pis, lo que añade a la despertada el cambio de nena y de sábanas. No comprendo cómo pueden seguir siendo dos personas equilibradas, de buen humor en general. El amor por los hijos es a prueba de balas.
Me levanté muy preocupada; lo llamé a Montes que, bajo mi presión, me dio el teléfono de una sicóloga de su confianza (¿cómo puede ser que Ana María no esté aquí?). Ya me comuniqué: nos citó para el viernes próximo. Estoy más tranquila al haber tomado una decisión al respecto. Lo que no sé es cómo vamos a absorber el gasto extra porque, aunque no quiso adelantarme sus honorarios, habló de unas ocho sesiones para el psicodiagnóstico completo, incluida una visita con toda la familia. En fin, Dios (si es que existe y se ocupa de estos ramos) proveerá. De todos modos, es horrible la sensación de mezclar la legítima preocupación por los hijos con la preocupación económica. De carne somos.
Para compensar, el día transcurrió bastante pacíficamente. A la mañana Luis llevó a los chicos a la plaza (después de la curación de Paula que hoy lloró como una marrana; ya tiene bastante mejor el dedito) mientras yo horneaba las empanadas para mamá. Quedaron perfectas
Después del almuerzo fui con María y Federico a lo de papá a llevarle su regalo de cumpleaños. Paula se quedó durmiendo y Luis, con residuos aún de su malhumor de ayer, de acompañante. Visita de médico. Me pongo nerviosísima cuando los chicos empiezan a tocar las porcelanas y los cristales depositados sobre innumerables mesitas bajas. Recuerdo una reunión en casa de los padres de Verónica. Federico agarró una cajita y yo, alarmada, pregunté si se rompía. La señora (abuela de siete nietos) me contestó: Quedate tranquila, todo lo que se rompía ya se rompió. En lo de papá todo está intacto, ¿por qué será?
Pese a mi oposición, Luis fue a comprar empanadas (ironía del destino, acababa de entregarle a mamá cuarenta, prolijamente hechas por mis manos) y por pedido especial de María comimos arriba, en su cuarto. Cuando Fede era chiquito habíamos tomado la costumbre de que esa fuera la sede de los desayunos dominicales. Hacía mucho que no repetíamos la excursión interna. Un loquero pero los chicos contentísimos. Los dejamos ver un rato de televisión y después se bañaron bastante civilizadamente.

Ya se acostaron. Ante el menor ruido pienso en María. Me alivia sentir que otro empieza a hacerse cargo del problema. Luis dice (¿para intentar tranquilizarme?) que ya se le pasará. Yo, como de costumbre, más alarmista. Deseo de todo corazón que sea de él la razón. Siento que lo que le pasa a la nena es por mi exclusiva culpa. Por mi exigencia con ella. Quisiera poder controlarme pero dudo de mis fuerzas. Es extraño lo que me pasa con María. Todo lo que a ella concierne me sacude hasta el centro. Creo que de los tres es con la que me siento más conectada. ¿Porque es la primogénita o porque determinadas características suyas me remiten a mi propia infancia?

lunes, 24 de noviembre de 2014

24

Viernes 15
Carne al horno con papas/Banana
Tarta pascualina/Peras al natural
Empezaron las curaciones familiares de Paula. Por primera vez desde el accidente le tuve que mirar el dedito. Impresionante. Montes jura que le quedará bien aunque, por el momento, parece una morcilla. Sobreponiéndome le eché desinfectante y le cambié las gasas. Se portó razonablemente bien, casi mejor que cuando le corto las uñas. Luis ofició de ayudante y los hermanos de público.
Tuvimos hospital completo porque a la tarde me sacaron los puntos del párpado. Luis (no sé cómo se arregló con su trabajo) se quedó con los chicos. La maniobra me molestó bastante. La cicatriz, por suerte, casi no se nota. Me dio el alta luego de reiterarme las recomendaciones con respecto al sol y la consulta ante el menor síntoma.
Cuando llegué a casa, Luis (de comprensible pero pésimo humor) ya había puesto la tarta, dejada a tal efecto, en el horno y estaba lidiando con los tres en el agua. Cenamos temprano y los indios, bastante pacíficos hoy, se acostaron sin chistar, salvo María, que quería terminar conmigo la tarea. Traté de tener paciencia. Hizo las oraciones con poca dificultad pero, por supuesto, más lentamente de lo que yo consideraba que tendría que poder hacerlas. Me contuve y la felicité. Se acostó muy contenta. Orgullosa, mi larguirucha.
Interrumpí porque María se apareció en el cuarto hablando en sueños. Me está preocupando mucho el asunto. Aunque Montes no le da mayor importancia, si vuelve a repetirse, le haremos el psicodiagnóstico. Por si fuera poco, Luis estuvo intratable, así que a pesar de ser él quien suele tener más control en estos casos, hoy fui yo la que tuve que interceder para que no la retara. Es que es desesperante verla tratando de introducirnos en su pesadilla. Parece loca, poseída. Por momentos hasta me genera rechazo: esa no es mi hija. Pero lo es, mal que me pese que le esté pasando a ella. Por supuesto que me adjudico las culpas. Cuando tenemos una escena frondosa al hacer la tarea no es raro que se despierte en ese estado.
Recién la llamé a Marisa: la mamá sigue internada. Le ofrecí, con entereza, que me dejara al nene pero no aceptó.

En fin, mejor apago la luz y trato de dormir, porque no sería raro que me despierten los gritos de María. Luis, a mi lado, lee el diario. Quizá prefiere no dormir para no tener que despertarse.

viernes, 21 de noviembre de 2014

23

Jueves 14
Pollo a la portuguesa/Manzana
Pizza/Helado
Estoy más agotada que de costumbre. Preocupada, además. La curación de Paula estuvo OK (a pesar de los hermanos presentes jorobando porque no tuve con quien dejarlos); no tan bien mi biopsia. Después de ir a buscar el resultado me encontré con Luis en el centro, que se hizo cargo de los chicos mientras yo llevaba el análisis a la dermatóloga. Gran sorpresa de su parte: queratosis solar. Me explicó que son lesiones que si no se sacan a tiempo, pueden transformarse en malignas. Me alertó sobre mi sensibilidad al sol y me sugirió que me olvidara de Febo por el resto de mi vida.
Por algo había decidido operarme. ¿Intuición de madre extrapolada a mi propio cuerpo? Un impacto saber que durante ¿un mes? había tenido algo en el cuerpo que no debía estar, que podía volverse contra mí a pesar de formar parte de mi continente.
Tomé conciencia de todo lo que tenía. Todo lo que no quería perder. Zafé pero podía repetirse. Qué sentido amargarme la vida por pavadas cuando se intensificaba mi percepción de lo desesperadamente que quería seguir viviendo. Luis, supongo que para distenderme propuso ir a comer pizza. Los chicos, fascinados.
Volvimos con los tres dormidos. Decidimos perdonarles (¿perdonarnos?) el baño. Les sacamos las zapatillas y los acostamos como estaban, o sea, roñosos. Salvo a Paula a quien, pese a sus protestas dormidas, tuve que cambiarle los pañales. Ya tengo tanta cancha que ni abrió del todo los ojitos.
Acá estoy, escribiendo y sintiéndome rara. Algo estaba pasando en mi cuerpo sin que yo me diera cuenta. Burlando mi control. ¿Sería lo único? Por un brevísimo, absurdo y eterno instante dudé de la pasada, presente o futura fidelidad de Luis. Quizá yo no fuera tan infaliblemente perspicaz como siempre supuse

miércoles, 19 de noviembre de 2014

22

Miércoles 13
Tarta de berenjenas con arroz blanco/Queso y dulce
Churrasco con ensalada de tomate/Gelatina
Esta casa es un caos. Me disponía, aprovechando la siesta de Paula, a preparar la torta solicitada por la maestra de María para festejar el estreno de las lapiceras, cuando apareció Marisa como una poseída: la llamó el portero de su madre, contándole que la había encontrado desmayada en el suelo. Como soy la más cercana trajo a Leandro a casa, luego de llamar a la ambulancia. Cuando vio el estado familiar quiso llevárselo pero, por supuesto, se lo impedí.
Me encontré así con la torta a medio hacer, un hermoso gordo de diez meses en brazos y un bolso lleno de mamaderas y pañales. ¿Pensaría dejarlo una semana? Decidí  tomarme la vida con filosofía y le avisé a María, que bajó encantada a ocuparse del bebé. Entes a los que adora, sobre todo cuando no la unen lazos de sangre. Aunque no pueda creerse terminé la torta mientras mi primogénita lo paseaba en cochecito a través de toda la casa.
La cosa se complicó al llegar la hora de buscarlo a Federico, porque ya fleté el asientito para bebés del coche, que Paula siempre detestó profundamente. Le encomendé a María la difícil misión de llevarlo en brazos, evitando que Paula lo descuartizara. Por suerte es un gordo pancho, todo le viene bien y estaba de lo más divertido con tanto movimiento a su alrededor.
Federico fue a lo de Diego (uno menos) y regresamos a merendar. Me sentí rarísima entibiando mamaderas: disfruté un montón. Paula no tanto. Recordé en un instante cuánto me gustan los bebés, creo que más que los verdaderos niños de carne y hueso, que nunca están en el lugar donde uno los deja. Paula no sabía qué hacer para acaparar mi atención y venía a cada rato a mostrarme su dedito vendado. Pobrecita mi gorda. Mañana la tengo que llevar a lo de Montes. Aprovecharé para retirar el resultado de la biopsia, porque un viaje por semana al centro me basta y sobra, y ya será el segundo de esta.
Cambié a Leandro luego de subir la escalera con los dos cargados ya que a Paula le sobrevino un agudo dolor de pies. Me pregunté cómo me arreglaría con otro bebé. Dudo de que, más allá de las ganas, me alcanzaran las fuerzas.
Las camas sin hacer, la ropa tirada por el piso: un espectáculo lamentable. Intenté dejar a Leandro en el piso con los chiches, pero se ve que el niñito abandonó la inconciencia y comenzó a extrañar a su madre, porque no quiso saber nada del asunto. Terminé con el bebé en una rodilla, Paula en la otra y María sentada a mi lado, mirando dibujitos en la tele. Un espectáculo más lamentable que el anterior. Mientras tanto mi mente a mil por hora, tratando de organizar todas las tareas pendientes.
Marisa llegó antes de lo esperado y me sustrajo al gordito, sin que tuviéramos tiempo de despedirnos.
Fuimos a buscar a Fede (la contraparte de aliviar el panorama durante unas horas) y llegué para meterlos en la bañadera y preparar los churrascos aportados ayer por Luis, cuyo silbido escuché cuando mi desesperación ya estaba en altos grados.

Estoy destruida y todavía tengo que hacer el relleno para las empanadas que le prometí a mamá para la reunión con sus excompañeras. Luis dijo que me ayudaría, así que nos vamos a pelear un poco, porque se enoja cuando lo pongo a picar cebollas y después lo reto ya que, invariablemente, las deja gigantes

lunes, 17 de noviembre de 2014

21

Martes 12
Omelette de queso/Yogur
Medallones de pollo con choclo a la crema/Manzana
Mejor ni recuerdo las corridas de hoy. A las diez, hora para la curación del ojo: otra vez el bodrio de colocar a los chicos (Felisa dónde estará). Resolví, finalmente, llevarlos a lo de mamá.
Amansadora en la sala de espera y mi desesperación porque a las doce tenía que buscar a María. Llegué cuando ya estaba en la puerta, con una carita que bien le conozco, las lágrimas prontas a brotar. Es notable cómo se angustia ante cualquier demora; parece que temiera ser abandonada. Una vez, cuando Federico era recién nacido, dejé a los dos en el auto estacionado justo enfrente de la farmacia. Yo los veía a través del vidrio. No creo haber tardado ni cinco minutos, pero cuando volví la encontré presa de un ataque de nervios. Desde entonces no quiere quedarse sola ni un instante. ¿Tan grave fue mi falta para que el castigo sea la claustrofobia de mi hija? Ella recuerda la situación (¡tenía dos años!) y no pierde oportunidad de echármela en cara. Sin embargo, hablar del tema no elimina sus temores, pese a las premisas que algunos/as sostienen.
Hoy, además, estaba ansiosa por comunicarme que van a empezar a escribir con tinta.
Pasé a buscar a los dos menores y llegué a casa con media hora para darles de comer y preparar a Fede para el Jardín. Sin un segundo para percibir si el ojo me dolía. Les hice omelette de queso (recuerdo de mi infancia cada vez que mamá estaba apurada) y hasta pude adecentarlo al gordo, roñoso después del helado convidado por su abuela. No se salvaron ni las medias. Creo que aún no ha nacido el niño que pueda enfrentarse a un cucurucho y salir incólume. Como no fui muy suave en mis maniobras, protestó como un descosido y se negó a colaborar aunque fuera poniendo el brazo en la manga enarbolada. No desplegué mi furia porque ya estaba pensando cómo solucionaría la tarde: impostergable mi encuentro con Verónica y la ida al supermercado: freezer y heladera agotados. Conseguí que ella viniera a casa, pese a sus paralelas dificultades para ubicar a las chicas. Apareció con Josefina que, afortunadamente, jugó bien con María toda la tarde. Paula durmió y pudimos adelantar bastante.
Verónica se quedó con las nenas mientras fui a buscarlo a Federico. Tomamos la merienda y, como ella también padecía de desabastecimiento, decidimos salir con los cuatro para Disco. No fue muy brillante la idea porque hincharon como de costumbre pero mi paciencia fue menor que la escasa habitual. Cuando estaba cerca de las cajas, retando alternativamente a uno a y otro, mientras Verónica compraba las últimas cosas, descubrí en la cola vecina a Montes y a su mujer. Me morí de vergüenza de que me hubiera descubierto violando todas las reglas, yo que en el consultorio parezco tan civilizada. Qué molestos son esos encuentros fuera de encuadre. No se sabe si sobrellevar una conversación acerca del precio de la carne, si hablar sobre la dentición de los niños o mirar hacia otro lado y hacer de cuenta de que estamos a kilómetros de allí. Opté por esto último luego del saludo reglamentario, mientras contenía mis ganas de estrangularlos a todos, Josefina incluida, tocando cuanto encontraban a su alcance o alcanzaban.
Llevé a Verónica hasta su casa y, en la librería de al lado, le compré a María su primera lapicera, que eligió interminablemente (y no fue la única emocionada). Retorné a mi hogar con los tres monstruitos y miles de bolsas que los tiernos infantes se empeñaron en trasladar. La mitad aterrizó en la vereda, hasta se rompieron tres huevos. Recordé una escena remota. Después de un día complicado (para los parámetros de ese momento), que incluía la pelea por los azulejos de la cocina que había comprado sin consultarme, Luis subió al auto y ¨tiró¨ su portafolios sobre mi panza que, además de a María, albergaba una docena de huevos. Se rompieron los doce sobre mi jumper, prestado para colmo. Me puse a llorar de bronca, de impotencia, y a Luis le agarró un ataque de risa. Estuve a punto de asesinarlo, pero me contuvo la idea de que mi hija naciera huérfana. Terminamos a las carcajadas los dos.
Por fin bajamos todos y todo. Guardé lo perecedero y me dispuse a preparar la cena. Previsoramente había comprado medallones de pollo y choclo a la crema. Cuando estaba poniendo la mesa apareció Luis, de excelente humor, con churrascos y tomates, comentando que hacía rato que tenía antojo de comer un buen bife. Pese a su desilusión optamos por la suculenta cena llena de aditivos y conservantes, pero ya lista.
Baño y acostada general con los problemas de siempre, lavada de platos, un café compartido con mi marido,  mi disciplinada tarea que cumplo al pie de la letra. No podrá quejarse: soy una paciente ejemplar. Y cuánto más difícil es ser un ejemplo de madre  de ama de casa.

Más tarde. Hice mi infaltable recorrida para apagar luces y reacomodar frazadas. Cuando corrí a Snoopy, a punto de asfixiar a María, descubrí, apretada en su puñito, la lapicera. Cómo explicarle lo que sentí, Ana María.

viernes, 14 de noviembre de 2014

20

Lunes 11
Churrascos de hígado con puré/Duraznos en almíbar
Pizzetas/Flan
Cuando me desperté desfiló ante mis ojos todo lo que esperaba por mí. Desde el cambio de sábanas hasta la llevada de Paula a lo de Montes, pleno centro. Sentí que no tendría fuerzas para levantarme. Recordé el parto de Paula. Después del segundo pujo declaré ¡No puedo más! Goldemberg me miró con una cara que me hizo apurarme a decir  ¡Sí puedo!, y en el tercero emergió la gorda.
Por supuesto me levanté, la vestí a María (hoy gimnasia), etc, etc. Todo complicado por la ausencia de Felisa. Como de costumbre mamá me cubrió las espaldas y salí solo con Paula para lo de Montes.
Le curó el dedito sin que la nena derramara una lágrima, entretenida con un segundo paquete de pastillas comprado para la ocasión. Sí las vertió y con abundancia, cuando no le permití llevarse el martillito de los reflejos.
Llegué a casa agotada. No obstante, sábanas y toallas desde la soga clamaban por mí.
Estoy muerta. Creo que si tengo que dedicarme mucho tiempo más a las tareas domésticas, reviento. Esperaré un par de días y si no, recurriré a una agencia, pese a que detesto meter gente extraña en casa. Me molesta tremendamente que toquen mis cosas manos desconocidas. Aunque a esta altura, dado mi estado nervioso y físico, mis reparos están a punto de desaparecer. Es más, me encantaría que un monstruo depositara sus garras sobre la pila de ropa de color esperando ser librada de su mugre. Esperándome.

Mientras hacía la cama de Federico, con sumo fastidio, me puse a pensar ridiculeces, por ejemplo, cómo me sentiría si Luis hubiera puesto como condición para que nos casáramos, que solo yo me ocupara de la casa. Por supuesto hubiera aceptado, desesperada por él como estaba. Sin embargo la situación sería completamente distinta: esa hubiera sido mi elección. Lo que me enfurece es que me hagan hacer lo que va en contra de mi voluntad, trátese de una cama o de un boleto de compra-venta. Y desde que tengo uso de razón sé que no nací para ama de casa. ¡Tantos años de facultad y aquí estoy, luchando contra las sábanas! Aunque también es cierto que gracias a que existen los chicos, existen las fundas con barquitos. Hoy Fede se va a acostar contento: le puse sus sábanas favoritas.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

19

Domingo 10
Fideos con manteca y queso/Yogur
Tarta de choclo con ensalada de tomate y huevo/Manzana
Terminábamos de vestirnos para ir al zoológico cuando nos sacudieron los alaridos de Paula. En un instante reconocí que esta vez no era una pavada. Es curiosa la posibilidad que tenemos las madres de discriminar los llantos. La oí y se me paró el corazón. No me había equivocado. La encontré con el dedito contra el marco de la puerta mientras Federico, adentro del baño, seguñia intentando cerrar, sin relacionar los gritos de su hermana con la extraña resistencia ofrecida por la puerta.
Luis se me anticipó y la liberó. ¿Se lastimó mucho?, pregunté sin animarme a mirar. Mucho. Junté coraje, la tomé en brazos y le puse el dedo debajo de la canilla abierta. Casi me desmayo: la punta del meñique colgando de un hilo. Sangre y más sangre. Solo atiné a buscar una gasa y a atarle el dedito, más para no vérselo que pensando que con eso solucionaría algo. Al Hospital de Niños, decidió Luis.
Salimos como pudimos y dejamos a los chicos, aterrorizados, en casa de mamá. Nunca lo vi manejar así a Luis, siempre tan prudente. Paula no paraba de llorar. Yo tampoco, pese a las órdenes de Luis. Hasta que logré pensar: ¿qué es lo peor que puede pasarle?, ¿que pierda el dedo?; si eso es lo más grave que le sucederá en la vida ni siquiera tengo derecho de quejarme. Absurdamente me serené y, como por arte de magia, Paula dejó de llorar y se adormeció.
Por fin llegamos. La atendieron rapidísimo. Entramos al ¨quirófano¨ (suena presuntuoso llamarlo así) de guardia, donde la acostaron en una camilla. Una doctora nos pidió que saliéramos. Le pregunté si era imprescindible. Es preferible, me contestó, la nena estará más tranquila. Nos miramos y salimos luego de despedirnos de Paula, calma pese a todo. Me sentí horrible. No había sabido imponerme, no había defendido a mi hija. Había pesado más mi ancestral respeto a las normas establecidas. Me acordé de Montes, de Escardó, de todos lo que me habían enseñado, personalmente o por escrito, que tenía que estar con ella. Al rato un grito agudo, después silencio. Pensé que se había desmayado. Luis fue a averiguar qué había pasado. Entró y salió contándome que la nena, increíblemente, estaba acostada escuchando a una enfermera que le charlaba mientras la doctora operaba en su mano. Le sugirió que le llevara caramelos. Luis regresó al instante con un paquete de pastillas, creo que el primero que compra en su historia de padre, nosotros siempre tan remisos a las golosinas.
No mucho después nos devolvieron a una Paula colorada pero tranquila, con un enorme dedo blanco y un paquete de pastillas agarrado en la otra mano. No hubo fractura, le cosieron el dedito que, según vaticinan, le quedará bien. En el auto se quedó dormida en mis brazos, aferrada a las pastillas. Se despertó cuando bajamos en lo de mamá. María no había parado de llorar desde que la dejamos y le cambió la carita  al ver a su hermana sana y salva. Federico estaba escondido en la cocina, quizá temiendo nuestro reto. Luis lo trajo alzado. Fue sin querer, Paulita, fue sin querer, decía como un disco rayado. Y estoy convencida de que fue sin querer más allá de las interpretaciones que más de una haría al respecto.
El drama casi se vuelve a desatar cuando pretendimos que convidara pastillas a sus hermanos. Desistimos apresuradamente.
Ya en casa, Paula no quiso almorzar. Se acostó con el paquete en la manito. Su talismán. Y con él se despertó, por suerte sin aparentes dolores.
Recién a la tarde recapacitamos que tendríamos que haberle avisado a Montes. Lo llamé con culpa. Dijo que la lleváramos mañana al consultorio.
Siguió transcurriendo el domingo. Mágicamente minimizado el fastidio de hacer las camas y lavar los platos. Hay cosas más importantes por las cuales hacerse problema. Y en lugar de estar mal por el accidente estaba contenta porque todo había salido bien. Es curioso el ser humano. Impredecible.
De todos modos algo me queda claro: el dedo de Paula había sido mi dedo. Y fue total la certeza de que habría pagado para que hubiéramos podido intercambiar las manos, los dolores. Creo que bien me merezco un descanso. Luis está contándole cuentos a Federico que quedó en peor estado que Paula.

En este instante me siento tan responsable por cada uno de los cuatro que me duele el cuerpo. También de amor.

lunes, 10 de noviembre de 2014

18

Sábado 9
Puchero/Manzana
Goulash con arroz/Mandarina
Hoy estuve de pésimo humor y, no sé si a resueltas de eso, el ojo me molestó bastante. Los chicos más, sobre todo porque Luis trabajó toda la mañana y como no quise (pese a su propia voluntad) que comiésemos sin esperarlo, almorzamos a las tres y se alteró todo el diagrama horario. Paula, por ejemplo, durmió un ratito antes de comer y después se resistió enérgicamente a la siesta. No pude hacer nada.  Estuve todo el día fastidiada con Luis. Todo cuanto hacía me venía mal. Hasta el ruido al morder la manzana.
 Estoy harta de las tareas domésticas, de la rutina. Preciso aire fresco. No contaminado con llantos infantiles.
Luis se acostó y estoy escribiendo en la cocina mientras tomo un café. Necesitaba unos minutos de absoluta soledad, sin respiraciones a mi alrededor.
Acabo de darme cuenta de la real causa de la violenta decadencia de mi estado anímico. Esta mañana recibí carta de Felisa: se enfermó la madre. Dice que regresará en cuanto pueda, pero omitió decir en qué año. Al menos otra semana por delante. Ayer estaba contenta porque creía que era el último viernes de mi condena. Casi lloro cuando vi el sobre, señal de que todavía la separaban kilómetros de la ropa sin planchar. Me deprimí muchísimo y todavía me dura el bajoneo. No tengo escapatoria, no puedo mandarme mudar y abandonar niños, casa y marido, aunque, por momentos, ganas no me faltan. Lo único que me resta es quejarme y protestar. En todos estos días no vi a nadie, hace siglos que no hablo con mis amigas, que no comparto un café. Quisiera gritar de bronca aunque, en el fondo, soy plenamente consciente de que mi drama no es tal. Constituye el cotidiano transcurrir de la mayor parte de las mujeres. Siempre es un alivio sentirme acompañada en mi calvario.

viernes, 7 de noviembre de 2014

17

Viernes 8
Tarta de jamón y queso con ensalada de remolacha y huevo/Banana
Albóndigas en salsa con arvejas/Mandarina
Pese a las predicciones de la doctora, mi ojo amaneció de tamaño normal, salvo una ligera e intermitente picazón del párpado, sobre todo cada vez que recuerdo, en mis ratos de ocio, escasísimos por cierto, la intervención. De todos modos, no tuve demasiada oportunidad de hacerme la delicada porque niños y casa clamaban por mí. Amanecí furiosa con Felisa. Me indigna que ni siquiera me haya llamado para comunicarme cuándo piensa volver. Me imagino charlas cien y venganzas mil. Aunque dudo de que las lleve a la práctica porque, además de que sé que ella tampoco se está divirtiendo, me aterroriza que se produzca un quiebre en nuestra excelente relación. Por el momento sigo apechugando, qué otra me queda. Hasta limpié el piso del living, ineludible ya que Paula se entretuvo desmenuzando un alfajor, para colmo de chocolate, contra el blanco piso. Chiquero completo a pesar del chirlo en la cola que se ligó y que recibió con total indiferencia, lo que me indica que ni debe haber atravesado los pañales. También me indigné con los dos mayores por el estado de sus juguetes, pero con igual suerte. Creo que los gritos y los retos ya forman parte del folclore familiar. Les entran por un oído y les salen por otro. Mientras tanto siguen haciendo lo que les viene en ganas, sobre todo los dos menores. María por momentos asume su papel de primogénita y trata de ayudarme en las tareas domésticas. Será al percibir mi desesperación. Hace dos días que se empeña en lavar los platos. No hay manera de disuadirla y después de que desaparece de mi campo visual (en realidad cuando yo desaparezco del de ella) tengo que lavar todo de nuevo, aunque debo reconocer que está haciendo progresos al respecto. Me enternece verla parada sobre la silla, arremangada, luchando con la esponja y el detergente, mientras sus hermanos la miran, llenos de admiración. Es gracioso porque en esta familia todos nos peleamos por lavar los platos. Hace años que Luis y yo aplicamos una fórmula que me parece perfecta en su sencillez: en lugar de discutir por no lavarlos, discutimos por hacerlo. El resultado final es el mismo: nos alternamos ambos, pero con la sensación de que el trabajo es voluntario y de que uno está aliviando al otro. Lo trasladamos al baño de los chicos, a las levantadas a la noche y a tareas diversas. Deberíamos patentar el mecanismo. Evitaría más de un divorcio.

Ya la una de la mañana. Luis duerme a mi lado y los chicos en completo silencio. Me siento bien. Orgullosa de haber generado tanta vida, casi pese a los deseos del mismo Luis. Soy la absoluta responsable de mi diario calvario que, en el fondo, me divierte.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

16

Jueves 7
Soufflé de zapallo/Postrecito de vainilla
Panchos/Alfajor
No fue la mejor de las noches. Aunque mis tres hijos durmieron como lirones, hete aquí que Alejandra se desveló. No estaba ni asustada ni angustiada, solo insomne. A cada rato se aparecía en nuestro cuarto preguntando la hora. A las dos de la mañana Luis (único responsable de la presencia de la ¨bella no durmiente¨) perdió la paciencia y decidió llamar para que la vinieran a buscar. Logré arrancarle el teléfono y, vista la situación, me levanté para hacerle compañía al duende. Bajamos, le calenté un té, le ofrecí un bombón y le proporcioné un rompecabezas. Aprovechando la ocasión, adelanté la comida para hoy, mientras la ayudaba con una u otra pieza,. Afortunadamente la estrategia dio resultado y empezó a bostezar. Subimos y la acosté. Cuando la tapé me tiró los bracitos al cuello diciéndome: Gracias, Laura. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Se durmió enseguida y esta mañana, pese a la trasnochada, se despertó al primer llamado.
Ya se habían ido cuando caí en la cuenta de que tenía turno con la dermatóloga. Mi principal problema consistió en ubicar a los chicos, porque mamá no estaba disponible. Paula en lo de Verónica (la gorda debutó y muy bien), Federico en lo de Santiago y María en casa de Alejandra. Luis se hizo un ratito para acompañarme, a pesar de que insistí en que no era necesario.
Recién cuando estaba esperando que la anestesia hiciera efecto, me puse nerviosa. Había estado tan ocupada que no me restaron neuronas para hacerme problema. No hay mal que por bien no venga. Fue una pavada y me encontré con un Luis que no podía creer que ya todo hubiera terminado. Llevamos el material a analizar (la dermatóloga se juega a que es solo una verruga) y empezamos el recorrido de retiro de niños.
Llegamos con todos dormidos, sin bañar y sin comer. Lo peor de la jornada (mucho peor que el pinchazo en el párpado), aunque el que llevó la parte más pesada fue Luis, en razón de mi convalecencia (ni siquiera me taparon el ojo, pero es un placer sentirse mimada).
Es extraña la sensación de saber que me sacaron algo. Similar a la que tuve el año pasado cuando me extrajeron, por primera vez, una muela. Volví del dentista y me acosté, de día, mirando el árbol por la ventana. El mismo árbol que me remite a mis puerperios. La sensación de placidez de estar entre sábanas inmaculadas, mirando moverse las hojitas, con el bebé prendido de la teta. Me da una nostalgia infinita. Con los tres disfruté muchísimo de los primeros meses. Mi intimidad defendida a capa y espada aun de los hermanitos demandantes. La conciencia absolutamente tranquila porque ellos también habían sido destinatarios absolutos de mi tiempo, de mi cuerpo, de mi amor. De esa suerte de tranquilidad que me sobreviene, hasta siento que mi sangre circula a otro ritmo. Únicos períodos de mi historia donde pierdo la permanente sensación de apuro, donde recupero la sensación de placer por el placer mismo. Mejor no me doy más manija porque me decido al cuarto. Y después de que cumpla tres meses, lo rifo.
En fin, aquí estoy, sin bebé y con el ojo empezando a picarme. Contenta de que todo haya pasado. Odio las cosas pendientes.

Abandono porque la doctora me dijo que no fuerce la vista. Espero no amanecer demasiado hinchada.

lunes, 3 de noviembre de 2014

15

Miércoles 6
Sandwiches de hamburguesa/Banana
Milanesas de jamón y queso con ensalada de zanahoria/Manzana
Sigue mi via crucis doméstico. ¿Qué culpas estaré pagando? Lo rescatable es que ya estoy adquiriendo cierta cancha. El lavado y el planchado ya no tienen secretos para mí. Hasta lavé los pulóveres con la máquina bajo condiciones por mí científicamente predeterminadas. Quedaron bárbaros y yo, orgullosísima. Por otro lado, estaba dispuesta a estropearlos (la ventaja de ser empleada de una misma) con tal de no lavarlos a mano, uno por uno, como hace Felisa religiosamente. He decidido que a esta casa no debe entrar más ropa que destiña ni que encoja. Será desterrada de este hogar. Avisaré a cuantos decidan regalarnos algo. Recuerdo cuando vino mi hermana Claudia con su valija llena de ropa americana. Esa sí que sin grupo puede meterse toda junta y que sin grupo no precisa plancha. Será cuestión de encargarle ajuar completo para toda la familia. Bien valdrá la inversión si eso me libera un poco.  Los vestiditos con puntilla no son adecuados para mis actuales condiciones.
María salió de la escuela decidida a que Alejandra y Lucila almorzaran en casa. Cedí porque hace días que les estoy restringiendo los programas. Sandwiches de hamburguesa para todo el mundo, Paula incluida. Sin cubiertos. Ellos contentísimos pese a las objeciones que haría más de un naturista. Se portaron bien y disfrutaron mucho. Yo también.
Federico, para no ser menos, quiso traer dos compañeritos. Resultado: merienda para siete, sin contarme. Paula de parabienes en medio del bochinche. Tanto que me dio libertad absoluta para sumergirme en el lavadero. Mejor ni contar cómo quedaron los dormitorios.
No entiendo cómo pude soportarlo. Y hasta lo hice de buen ánimo. Debo estar grave. Cuando Luis llegó no podía creer lo que veían sus ojos: salían chicos de abajo de todos los muebles. Pese a las rabietas es un placer ver la casa tan llena de vida. Después que se van grito todo lo que quiero y me descargo. Hoy hasta logré que Fede ordenara, si esto sirve como medida de mis decibeles.
Me siento energizada, ¿será por tanto contacto infantil?
La casa es un aquelarre, pero estoy aprendiendo a mirar solo donde debo: la pila de ropa bien planchada. Estoy orgullosa porque no queda ni un pañuelo en el canasto. Jamás he conseguido lo mismo de Felisa. Parece que necesita que el fondo quede cubierto para mantener su tranquilidad espiritual. Los chicos, por supuesto, no se afligen por las migas en el piso. Y debo reconocer que Luis, tampoco.

Como contraparte del sencillo almuerzo, cenamos milanesas de jamón y queso (Alejandra incluida porque Luis, mientras fui al almacén, accedió sin consultarme a las duplicadas súplicas y se quedó a dormir), cuya receta escuché por la radio mientras planchaba. Salieron riquísimas pese a los mil utensilios empleados a la sazón. Adelante con los faroles.