Domingo 17
Hamburguesas a
la parrilla/Helado de palito
Arvejas
salteadas con huevo frito/Manzana
María
durmió como una bendita, no así Federico que dio baile porque le picaba la
cola, Supongo que serán oxiuros. Obvié el análisis y empezamos a darle el
remedio utilizado con María, por suerte sobrante. Espero que Montes no se enoje
por las atribuciones tomadas, pero no estoy dispuesta a que el pobre chico pase
una sola noche más sufriendo. Bichos de mierda, si me habrán arruinado buena la
infancia. Creo que los padecí durante años, hasta rezaba para que Dios mitigara
mi calvario. Al final ya ni se lo comunicaba a los adultos: me daba vergüenza.
Cuando vi que María empezaba a retorcerse al llegar la nochecita, me desesperé.
Sufrí por ella y junto con ella. Por fortuna el análisis dio enseguida positivo
y al segundo día de tratamiento, problema solucionado. Lo medí con mi martirio
y de alguna manera le eché culpas a mi madre por no haberse tomado en serio mi
problema. Es que si yo hubiera chillado como María no habría tenido más remedio
que ocuparse. Yo sufría en silencio. Costumbre que, por suerte para ellos, no
ha heredado ninguno de mis hijos.
Después
de meses fuimos al club. Cuando llega el fin de semana me dan pocas ganas de
arriar con bicicletas, triciclos, comida, pañales y zapatillas de repuesto. Una
vez allí me alegro de haber ido, sobre todo por los chicos, pero me cuesta
arrancar. A veces siguen sobre nuestras cabezas. Me pongo mal con ellos, sobre
todo con María y trato de expulsarla para que haga migas con los numerosos
niñitos presentes, con la consecuente resistencia de su parte. Hay que
reconocer que Luis y yo no somos una imagen muy socializadora. Vamos al club y
nos quedamos juntos, charlando, sin siquiera mirar a nuestro entorno. Pero así
como estoy llena de amigos atesorados a lo largo de mi tránsito por distintas
vías, en diversas etapas de mi vida, María también tiene excelente relación con
sus compañeros. Creo que ambas precisamos tiempo para contactarnos, pero cuando
lo logramos, lo hacemos con profundidad.
En
definitiva: fuimos al club. Luis hizo hamburguesas a la parrilla (parece un
pibe cuando hace asado, se divierte un montón) y nos sentamos interminablemente
frente al arenero mientras los chicos jugaban. Impresionantes los progresos
motrices de Paula. Todos se sorprendían de verla tan chiquita subiendo con esa
soltura al tobogán, a la trepadora. No es una actividad muy relajada cuidarla.
Al menor descuido su vida en peligro. No mide la posibilidad de éxito de sus
proezas, solo se preocupa de llevarlas a cabo. Será porque confía en que
siempre habrá una mano atenta para salvarla de estrellarse, dispuesta a
preservarle la vida hasta la adolescencia.
Averiguamos
posibles actividades para los chicos y ya los inscribimos (comenzarán el
próximo mes): pelota al cesto para María, yudo (a mí no me convencía demasiado
pero Luis insistió) para Federico. Parecen contentos con la idea y creo que les
vendrá bien. Quizás así nos obliguemos a ir sistemáticamente. Aunque, en
realidad, odio las obligaciones, las rutinas, sobre todo en los fines de
semana. Todo sea por ellos.
Intenté
leer (actividad relegada desde la ausencia de Felisa) pero con poca suerte,
porque a cada rato debía abandonar el libro (La causa de los niños, Francoise Doltó, cada vez que leo a esta
mujer se me da vuelta la cabeza; me impresionó muchísimo enterarme de su
muerte; creo que hubiera atravesado el Atlántico, no se ponga celosa, para que tratara a María) para salvar a Paula
de una fractura. Luis andaba con los mayores visitando los caballos.
Espero
que Federico duerma. Confío en que María también. Descuento que Paula dormirá
como una bendita. Yo también, en la medida en que me lo permitan, porque estoy
reventada, luego de haberme dedicado a lavar la ropa que llegó del club hecha
una calamidad. Cuando la veo así creo que la decisión más inteligente sería tirarla a la basura. Es
hasta gratificante descolgarla de la soga en estado nuevamente aceptable. Pese
al estado ahora transferido a mis manos: las tengo a la miseria.
Veré si antes de
desmayarme consigo leer unas hojas. Voy a hacerme un poco de mala sangre con la
Dolto. Nunca leí a nadie que me transmitiera semejante sabiduría, tan
entremezclados los conocimientos científicos, el sentido común, el respeto por
el amor, por el ser humano. Nadie que al dar un consejo sobre cómo sacar el
chupete pusiera de manifiesto toda una filosofía de vida, diera una lección de
humanidad. Al volver cada página oscilo entre la euforia o la depresión, según
me sienta aceptada o juzgada en mi labor materna. Es bastante fácil saber lo
que hay que hacer con los hijos. Lo difícil es hacerlo. Sostenidamente en el
tiempo por añadidura