viernes, 19 de diciembre de 2014

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Sábado 23
Empiezo por el final del día. Recién, mientras lo secaba, Federico declaró: Cuando sea grande me voy a casar con vos. ¡Pero yo ya estoy casada con papá!, a gatas, reaccioné. Le llevó un segundo replicar: ¿Y si papá se muere? Me causa muchísima gracia comprobar en carne propia tantas páginas de libros. La cosa no terminó ahí. Ya en piyama, me pidió: Mamá, vení, acostate aquí, conmigo. Le aclaré que mi lugar era en mi cama, junto a su papá, que era mi marido. No parecía muy convencido. Se me ocurrió decirle: Cuando seas grande vos también vas a tener una mujer y vas a poder dormir con tu mujer. Se le iluminó la carita. Se durmió radiante. Es notable la inclinación por las mujeres que tiene este mocoso. El otro día vino furioso del Jardín porque, en la ronda de despedida, una compañerita dijo que él era un mujeriego. Le pregunté si la nena había mentido. Me contestó muy serio: No, es verdad, pero no me gusta que me lo digan. Comestible. ¡Pero no quisiera estar en los zapatos de su futura esposa!
Superada la anécdota, vuelvo a la metódica descripción de mis días.
Ayer, a la noche, quedé sin energía. Retomo, entonces, mi tarde de viernes. Cuando llegó la hora de ir a lo de la psicóloga me empezó a doler la panza, síntoma bien conocido de mi historia. Sobre todo porque faltaban diez minutos y Luis no había dado señales de vida. Ya decidida a no esperarlo, puse el coche en marcha, momento en el que apareció por la esquina, corriendo, con su cara de ángel apurado. Luis no cambia: aunque nunca me abandona, me hace sufrir hasta el último instante.
La mujer nos preguntó sobre nuestra pareja, sobre el nacimiento de la nena y la hora (cincuenta minutos en realidad) se venció antes de que pudiéramos llegar siquiera al año. Extenuante pero vivificador recordar la resistencia de Luis ante mi embarazo, el casamiento posterior, la maravilla de encontrarme con mi beba (tan preciosa, además) entre los brazos. Un mes recluida en casa, sintiendo que no me alcanzaban las horas para disfrutarla después de tantos años de haber tenido los brazos vacíos, doliéndome los hijos ajenos. Casi la fagocité.
Veremos a la psicóloga el miércoles próximo. Nos cayó bien. Aspecto tranquilizador, tipo Montes.
A la salida fuimos a buscar a Federico y como, para variar, hizo programa, decidimos tomarnos vacaciones de padres, Llamamos por teléfono a Felisa para que les diera la leche a las nenas y luego, ¡al cine!, ¡a las cinco de la tarde! Insólito. Vimos una de Woody Allen. A la salida, no para tranquilizar nuestra conciencia sino porque estábamos contentos, les compramos unas chucherías (las recibieron contentísimos, siempre se alegran, aunque se trate del programa del cine o de un sobrecito de azúcar). Pasamos a buscar a Fede y llegamos a casa. Felisa nos esperaba, cartera en mano. Me quedé con culpa pero ¡alguna vez le toca jorobarse a ella! Bastantes plantones me hizo en estos seis años de convivencia. Creo que uno de los motivos por los que resolví dejar de trabajar en la Clínica fue para ahorrarme los nervios de esperarla, en la vereda, con el auto en marcha, sabiendo que mis experimentos aguardaban por mí, que Giménez me aguardaba, yo, que me pongo frenética cuando llego tarde. En el fondo, aunque me mufe, prefiero mil veces ser yo la que espere (¿por eso lo habré elegido a Luis?).
Ahora sí, vuelvo al sábado. Desayuno con medialunas (María ya va solita a la panadería, media cuadra) y almuerzo en el club. Mucho aire y mucho sol. Los chicos bastante tranquilos. Es notable cuánto menos se pelean cuando no están en casa. Terreno neutral, ¿el problema es la propiedad privada?
La nota triste del día: mamá, ratón Pérez extra pasó a dejar un regalo para la desdentada. María venía corriendo, contentísima, a mostrármelo, cuando tropezó. El jueguito de té de loza (idéntico al que recibí yo en idénticas circunstancias) se hizo añicos. No quiero ni acordarme de su carita, a pesar de que su abuela, tan afligida como ella (sus últimos regalos tuvieron poca fortuna) prometió reponérselo.
Cuando volvimos del club comimos una pavada, los chicos se bañaron y cayeron molidos. También Luis. Yo me siento en estado de lucidez total. Quisiera no dormir en toda la noche. Tengo una sensación de brusca productividad. Estoy segura de que en este momento podría ponerme a hacer cualquier cosa, desde el amor a un experimento, y que todo me saldría bien. Es un desperdicio tener que dormirme. Es como si mi cabeza tuviera diez años menos, hubiera recuperado repentinamente su claridad, su nitidez. Al mismo tiempo sé que tengo algo que resolver, aunque desconozco cuál es el problema. Como si alguna esotérica revelación anduviera por el aire esperando ser captada por mis aguzadas antenas.

Intentaré dormir para ver si dicha revelación se me aparece en sueños. De últimas, sería gravísimo que sorprendiera a mi vigilia recién a las cinco de la mañana, cuando a las siete, ocho a más tardar, oiremos los pasitos de Paula, que, obviando el almanaque, inaugurarán nuestra mañana de domingo.

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