Viernes 22
Hoy,
cuando se acercaba la hora del almuerzo, me agarró una laguna cerebral. Recordé
las tantas veces que escuché a madres y tías comentar que para ellas era un
cotidiano calvario decidir qué cocinar. Hasta el momento ha sido para mí una
actividad en general gratificante, ¿me estaré volviendo vieja?
Para
paliar la situación busqué el libro de cocina, todavía casi inexplorado, que me
regalaron para Navidad. Hojeándolo encontré una sección que parecía dedicada a
mí:
Una semana de
menús para la mesa familiar
Una solución al
eterno problema, ¨¿Qué hago de comer hoy?¨ Cocina de todos los días, para hacer
y saborear en familia. Si organiza sus compras de acuerdo a los menús
propuestos, ahorrará tiempo y dinero.
Lunes: Áspic de
fiambre/Ñoquis de sémola a la romana/Fruta fresca
Martes: Pierna
de cordero con salsa agridulce/Cebollas rellenas/Pomelos azucarados
Miércoles: Paté
de berenjenas/Sopa pavesa/Copa Spumone de manzanas
Jueves: Pollo a
la pamplemouse/Papas fritas crocantes/Ensalada de tomates y pepinos/Panqueques
de miel a la cerveza
Viernes: Sopa de
berros/Hígado a la milanesa con salsa de mostaza/Zanahorias glaseadas/Naranja
en hielo
Sábado: Trenches
de merluza con salsa de anchoas/Macedonia de verduras/Arroz con leche cremoso
Domingo:
Agnellotis de queso/Peceto mechado al horno/Flan de coco
¿Necesito explicarle por qué caí en
una momentánea pero profunda depresión luego de comparar estos menús con los
implementados en casa desde que comencé a hacer estos deberes?
¿Habrá
muchas familias que disfrutan de estos manjares? Quizás comen así al mediodía
y luego ayunan, porque la ecónoma olvidó proporcionar instrucciones para la
cena.
Como
nací rebelde, decidí obviar las sugerencias y cociné polenta. La iba a hacer
con manteca y queso, pero se ve que de alguna manera asimilé la lección:
preparé una salsita de tomate. A María le encanta.
Más
tarde: (mi modesta polenta salió riquísima). A las cuatro tenemos hora con la
psicóloga (¿será por eso que a María se
le cayó su primer diente?). En consecuencia, estoy nerviosa, primer día en
que se turba mi paz interior desde que resucitó Felisa y yo con ella.
Sigo
releyendo las cartas de mi prima. Creo
que en año más podremos descansar un poco, dice en la última. En el momento
que me escribía estaba embarazada y aún no lo sabía. Otra nena. Y el cuarto
hace poco más de un año. Como siempre dice, tiene cuatro hijos y ninguno fue
planeado. Leí un párrafo de Francoise Dolto que me pareció hermosísimo.
Aconsejaba decirle al niño no deseado que sus ganas de vvir habían sido más
fuertes que los deseos de su propia madre, felicitarlo por su energía vital. De
los hijos de mi prima no me cabe ninguna duda: estaban decididos a nacer. Son
cuatro indios, supervitales y todos ellos, vivísimos. Notablemente más vivos
que la media. Y, pese a todo, la pareja sobrevivió, condición económica
incluida. Es un tema que de continuo me ronda: ¿no es una mezquindad limitar el
número de nacimientos a las motivaciones económicas, espaciales y laborales?,
¿no es un desperdicio saberse con energía para generar más hijos pero optar por una tranquilidad quizá prematuramente alcanzada?
No
puedo resolver mi dilema. Por momentos estoy convencida de que sería un
disparate tener otro hijo, que mis nervios ya no dan para más. Sin embargo, sé
que podría hacerme cargo, sé que nuestra pareja todavía tiene energía. Aunque
me abruma pensar en más años de atarme a pañales cuando, si me decidiera a
poner el punto final, dentro de un año el clima familiar, con Paula también en
el Jardín, estaría más aliviado. Es así, todo cuanto se tiene es inversamente
proporcional a la tranquilidad de que se disfruta. Más se tiene y más hay que
cuidar. Hijos, perros, autos o casas. A veces la miro a Paula y pienso que su
vida es solo producto de nuestra decisión. Una pareja no invierte demasiada
energía en resolver si tendrá un hijo: sus genes le indican que tienen que
perpetuarse. Tampoco el segundo requiere demasiados replanteos (a lo sumo
elegir el momento): la sociedad enseña que hay que evitar los hijos únicos. El
tercer hijo es harina de otro costal. Es opcional. Creo que el tercer hijo es
el verdadero hijo del deseo. Será por eso que recién en el embarazo de Paula
surgieron mis temores con respecto a la normalidad del bebé. Tuve la noción de que
ese hijo era un lujo. Y vaya si por darme ese lujo estropeaba todo lo
conseguido hasta el momento. Podía quedarme con dos hijos (la parejita por añadidura) y constituir una
familia tipo feliz. ¿Qué si el
tercero ponía patas para arriba el porvenir de todos? También tuve miedo de que
nuestra pareja no pudiera soportarlo. Los chicos estaban insufribles, Luis
nerviosísimo y con problemas laborales. Yo reventada corriendo de la Clínica a
casa. Por momentos me planteaba: Estoy
loca, tengo a este bebé en la panza porque lo busqué y no puedo con los otros
dos, ¿qué haré cuando nazca? Cuando nazca el bebé van a alcanzar una nueva posición
de equilibrio que es la que han perdido ahora, nos tranquilizaba Montes.
Así fue: nació Paula y la tensión general disminuyó en varios decibeles.
Ninguno de los cuatro sabía qué lugar ocuparía ante la irrupción de un nuevo
integrante, si tendría un lugar propio en medio de tanta gente conviviendo.
Todos nos aliviamos al ver que podíamos absorber a la intrusa. Y amarla. Fue
enternecedor ver como los dos mayores la reconocieron al instante como propia.
El
embarazo de Paula no fue bueno anímicamente hablando, La pérdida del otro bebé
me dejó muy mal, con una desconfianza absoluta en las posibilidades de mi
cuerpo. Viví los primeros tres meses sintiendo que en cualquier momento lo
perdería. Sin permitirme comunicar la noticia a pesar de que los chicos lo intuían
y, al no tener certeza, estaban fatales. Después la amniocentesis. Cuando volví
del estudio me acosté esperando que llegaran las contracciones que me harían
expulsarlo como justo castigo por haber obrado en contra la naturaleza. De solo
pensar que para tener un cuarto debería atravesar todas esas
incertidumbres dudo de mis fuerzas. Por
otro lado nunca deja de maravillarme saber que dentro de cada uno, dentro de
cada pareja, haya innumerables hijos esperando ser sacados a la luz. Recuerdo
mi conmoción al enterarme, leyendo a Sábato, de que él era el menor de diez
hermanos. ¡Qué absolutamente condenado a no existir está mi décimo hijo! Y yo,
de alguna manera, soy su verdugo. El otro día Luis le hacía reproches a su
madre, marcándole los inconvenientes de padecer a una madre vieja. Escuchame le dije ¿estás
arrepentido de haber nacido? Desde ese ángulo debo agradecerle a mi suegra
haber resuelto ser madre a los cuarenta y cinco. Miren lo que me hubiera
perdido si la buena señora decidía que ya no estaba en edad de tener niños. De
todos modos, por mal que les vaya en la vida, son muy pocas las personas que se
suicidan. Las ganas de vivir son más fuertes que todo.
Vaya
a saber apelando a qué remota molécula de mi memoria se me ocurrió hojear el Juan Cristóbal, de Romain Rolland. ¿El
azar guió mis manos?
¨…Ustedes
quisieran no traer hijos al mundo de no estar seguros de que fuesen unos
pequeños rentistas rollizos, que no tuvieran que sufrir…¡Qué demonio! Eso no
les incumbe; basta con que les den la vida, el amor a la vida, y el valor para
defenderla. En cuanto a lo demás…, que vivan y que mueran… es la suerte de
todos. ¿Es preferible renunciar a vivir, a correr los riesgos de la vida?¨
Creo
que todo lo que me esforcé en escribir cabe en los pocos renglones de este
párrafo que fue publicado en el mismo año en que nací. Nunca terminará de
maravillarme que dos personas puedan compartir emociones y pensamientos cuando
océanos y décadas separan sus realidades. El ser humano es solo uno.
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