miércoles, 17 de diciembre de 2014

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Viernes 22
Hoy, cuando se acercaba la hora del almuerzo, me agarró una laguna cerebral. Recordé las tantas veces que escuché a madres y tías comentar que para ellas era un cotidiano calvario decidir qué cocinar. Hasta el momento ha sido para mí una actividad en general gratificante, ¿me estaré volviendo vieja?
Para paliar la situación busqué el libro de cocina, todavía casi inexplorado, que me regalaron para Navidad. Hojeándolo encontré una sección que parecía dedicada a mí:

Una semana de menús para la mesa familiar
Una solución al eterno problema, ¨¿Qué hago de comer hoy?¨ Cocina de todos los días, para hacer y saborear en familia. Si organiza sus compras de acuerdo a los menús propuestos, ahorrará tiempo y dinero.

Lunes: Áspic de fiambre/Ñoquis de sémola a la romana/Fruta fresca
Martes: Pierna de cordero con salsa agridulce/Cebollas rellenas/Pomelos azucarados
Miércoles: Paté de berenjenas/Sopa pavesa/Copa Spumone de manzanas
Jueves: Pollo a la pamplemouse/Papas fritas crocantes/Ensalada de tomates y pepinos/Panqueques de miel a la cerveza
Viernes: Sopa de berros/Hígado a la milanesa con salsa de mostaza/Zanahorias glaseadas/Naranja en hielo
Sábado: Trenches de merluza con salsa de anchoas/Macedonia de verduras/Arroz con leche cremoso
Domingo: Agnellotis de queso/Peceto mechado al horno/Flan de coco

¿Necesito explicarle por qué caí en una momentánea pero profunda depresión luego de comparar estos menús con los implementados en casa desde que comencé a hacer estos deberes?
¿Habrá muchas familias que disfrutan de estos manjares? Quizás comen así al mediodía y luego ayunan, porque la ecónoma olvidó proporcionar instrucciones para la cena.
Como nací rebelde, decidí obviar las sugerencias y cociné polenta. La iba a hacer con manteca y queso, pero se ve que de alguna manera asimilé la lección: preparé una salsita de tomate. A María le encanta.
Más tarde: (mi modesta polenta salió riquísima). A las cuatro tenemos hora con la psicóloga (¿será por eso que a María se le cayó su primer diente?). En consecuencia, estoy nerviosa, primer día en que se turba mi paz interior desde que resucitó Felisa y yo con ella.
Sigo releyendo las cartas de mi prima. Creo que en año más podremos descansar un poco, dice en la última. En el momento que me escribía estaba embarazada y aún no lo sabía. Otra nena. Y el cuarto hace poco más de un año. Como siempre dice, tiene cuatro hijos y ninguno fue planeado. Leí un párrafo de Francoise Dolto que me pareció hermosísimo. Aconsejaba decirle al niño no deseado que sus ganas de vvir habían sido más fuertes que los deseos de su propia madre, felicitarlo por su energía vital. De los hijos de mi prima no me cabe ninguna duda: estaban decididos a nacer. Son cuatro indios, supervitales y todos ellos, vivísimos. Notablemente más vivos que la media. Y, pese a todo, la pareja sobrevivió, condición económica incluida. Es un tema que de continuo me ronda: ¿no es una mezquindad limitar el número de nacimientos a las motivaciones económicas, espaciales y laborales?, ¿no es un desperdicio saberse con energía para generar más hijos pero optar por una tranquilidad quizá prematuramente alcanzada?
No puedo resolver mi dilema. Por momentos estoy convencida de que sería un disparate tener otro hijo, que mis nervios ya no dan para más. Sin embargo, sé que podría hacerme cargo, sé que nuestra pareja todavía tiene energía. Aunque me abruma pensar en más años de atarme a pañales cuando, si me decidiera a poner el punto final, dentro de un año el clima familiar, con Paula también en el Jardín, estaría más aliviado. Es así, todo cuanto se tiene es inversamente proporcional a la tranquilidad de que se disfruta. Más se tiene y más hay que cuidar. Hijos, perros, autos o casas. A veces la miro a Paula y pienso que su vida es solo producto de nuestra decisión. Una pareja no invierte demasiada energía en resolver si tendrá un hijo: sus genes le indican que tienen que perpetuarse. Tampoco el segundo requiere demasiados replanteos (a lo sumo elegir el momento): la sociedad enseña que hay que evitar los hijos únicos. El tercer hijo es harina de otro costal. Es opcional. Creo que el tercer hijo es el verdadero hijo del deseo. Será por eso que recién en el embarazo de Paula surgieron mis temores con respecto a la normalidad del bebé. Tuve la noción de que ese hijo era un lujo. Y vaya si por darme ese lujo estropeaba todo lo conseguido hasta el momento. Podía quedarme con dos hijos (la parejita por añadidura) y constituir una familia tipo feliz. ¿Qué si el tercero ponía patas para arriba el porvenir de todos? También tuve miedo de que nuestra pareja no pudiera soportarlo. Los chicos estaban insufribles, Luis nerviosísimo y con problemas laborales. Yo reventada corriendo de la Clínica a casa. Por momentos me planteaba: Estoy loca, tengo a este bebé en la panza porque lo busqué y no puedo con los otros dos, ¿qué haré cuando nazca? Cuando nazca el bebé van a alcanzar una nueva posición de equilibrio que es la que han perdido ahora, nos tranquilizaba Montes. Así fue: nació Paula y la tensión general disminuyó en varios decibeles. Ninguno de los cuatro sabía qué lugar ocuparía ante la irrupción de un nuevo integrante, si tendría un lugar propio en medio de tanta gente conviviendo. Todos nos aliviamos al ver que podíamos absorber a la intrusa. Y amarla. Fue enternecedor ver como los dos mayores la reconocieron al instante como propia.
El embarazo de Paula no fue bueno anímicamente hablando, La pérdida del otro bebé me dejó muy mal, con una desconfianza absoluta en las posibilidades de mi cuerpo. Viví los primeros tres meses sintiendo que en cualquier momento lo perdería. Sin permitirme comunicar la noticia a pesar de que los chicos lo intuían y, al no tener certeza, estaban fatales. Después la amniocentesis. Cuando volví del estudio me acosté esperando que llegaran las contracciones que me harían expulsarlo como justo castigo por haber obrado en contra la naturaleza. De solo pensar que para tener un cuarto debería atravesar todas esas incertidumbres  dudo de mis fuerzas. Por otro lado nunca deja de maravillarme saber que dentro de cada uno, dentro de cada pareja, haya innumerables hijos esperando ser sacados a la luz. Recuerdo mi conmoción al enterarme, leyendo a Sábato, de que él era el menor de diez hermanos. ¡Qué absolutamente condenado a no existir está mi décimo hijo! Y yo, de alguna manera, soy su verdugo. El otro día Luis le hacía reproches a su madre, marcándole los inconvenientes de padecer a una madre vieja. Escuchame le dije ¿estás arrepentido de haber nacido? Desde ese ángulo debo agradecerle a mi suegra haber resuelto ser madre a los cuarenta y cinco. Miren lo que me hubiera perdido si la buena señora decidía que ya no estaba en edad de tener niños. De todos modos, por mal que les vaya en la vida, son muy pocas las personas que se suicidan. Las ganas de vivir son más fuertes que todo.
Vaya a saber apelando a qué remota molécula de mi memoria se me ocurrió hojear el Juan Cristóbal, de Romain Rolland. ¿El azar guió mis manos?

¨…Ustedes quisieran no traer hijos al mundo de no estar seguros de que fuesen unos pequeños rentistas rollizos, que no tuvieran que sufrir…¡Qué demonio! Eso no les incumbe; basta con que les den la vida, el amor a la vida, y el valor para defenderla. En cuanto a lo demás…, que vivan y que mueran… es la suerte de todos. ¿Es preferible renunciar a vivir, a correr los riesgos de la vida?¨


Creo que todo lo que me esforcé en escribir cabe en los pocos renglones de este párrafo que fue publicado en el mismo año en que nací. Nunca terminará de maravillarme que dos personas puedan compartir emociones y pensamientos cuando océanos y décadas separan sus realidades. El ser humano es solo uno.

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