Jueves 21
Filet de merluza
con ensalada de papas y huevo/Pera
Pollo a la
mostaza con arroz/Manzana
No
sé a qué extraño motivo se deberá pero he pasado un día idílico con los chicos.
La mañana transcurrió sin que estallara un solo conflicto y almorzamos en la
más completa armonía. Aunque, en general, las horas de la comida suelen ser
buenas. Nunca me dieron trabajo para comer, quizá porque siempre me tomé mucho
trabajo. Todos los santos días con mis tres bebés tuve la santa paciencia de
prepararles cada puré por separado, cada día tres, de diferentes colores, de
diferentes texturas. Aparte la carne, aparte el huevo picadito. Cada plato
(térmico, por supuesto) un abanico. También pronto empezaron las reglas
inamovibles: si no comían el primer plato, renunciaban al postre. Y ni un
bocado hasta la próxima comida. Lo tienen tan incorporado que ellos mismos me
recuerdan cuando no les corresponde la fruta (¿será que los amaestré?, ahora dudo de todo lo que hice y hago). Es
lindo cocinar para ellos, para Luis que todo encuentra exquisito. Siempre digo
que mis hijos no me dan trabajo ni para comer ni para dormir. El problema es todo el resto del tiempo.
Después
de merendar los llevé a la plaza. Me encantó verlos jugar y divertirse,
comprobar su destreza en las trepadoras. Y también me sentí orgullosa porque
fueron alabados por varias madres por mí desconocidas hasta ese momento. No
deja de sorprenderme que me feliciten por lo lindos que son. Nunca pensé que
mis hijos se destacarían por su belleza, quizá sí por su inteligencia (caballito
de batalla de los elogios que mereció mi infancia), ramo sobre el cual no suelo
recibir especiales cumplidos. Es curioso ver hasta qué punto los hijos se
ingenian para superar determinadas expectativas y al mismo tiempo no cumplir
con otras. Cada ser humano es impredecible, implanificable e inmodificable, lo
que es una auténtica maravilla. De todos modos, no pierdo oportunidad de
decirles que son lindos. Creo que lo importante en la vida (ni siquiera
importante, quizá solo para mitigar la adolescencia) no es ser lindo sino
creerse lindo. Tuve varias compañeras muy feas pero no se notaba porque se
movían como si fueran lindas. Mi ahijada, en cambio, que es preciosa, está
convencida de que es horrible y se desplaza escondiéndose. Y le va con los
muchachos de acuerdo a como se muestra. Si hay algo que pueda hacer para
evitarles ese trance a mis hijos, lo haré.
Hermosa
tarde de plaza, regreso sin berrinches, baño en paz y alegre cena, padre
incluido. De no creer. Voy a marcar el día en el calendario porque dudo de que
se repita demasiado pronto. De todos modos quedará marcado: hoy se le cayó a
María su primer diente, mordiendo, clásicamente, una manzana. Le brillaba la
carita de orgullo. En mí, emociones contradictorias. Mi hermana Claudia,
siempre previsora, en su último viaje le trajo una almohadita con bolsillo del
cual los organizados ratones norteamericanos retiran el diente, remplazándolo
por monedas. Luis ya logró hacer el canje sin que la súbitamente crecida
durmiente abriera ni un ojo.
Hoy
a la tarde estuve revisando correspondencia vieja. Con las cartas de mi prima
me di una panzada. Me fue contando, año a año, las peripecias de su.maternidad Tantas cosas que yo no recordaba. Y creo que lo trascendente se desprende de cada
anécdota minúscula que pone en evidencia lo que se siente en cada una de las
eternamente renovadas veinticuatro horas de madre. Cuando recibía sus cartas no
podía terminar de entenderla. Ella siempre
con un hijo más que yo. Ya luchaba con sus dos críos, además a la distancia de
amigos y familia, mientras mi hogar era la armónica conjunción de nuestra
pareja y María, tan dócil y adorable hasta que nació su hermano. Recuerdo una
frase de mi cuñado: Tener un hijo es una
travesura, tener dos es una familia. Otra, ¿de quién?: Cuando tenés un hijo disputan por cuidártelo, cuando tenés dos, los
aceptan, y cuando tenés tres no encontrás quien los agarre. Y la de Montes:
El primer hijo acata, el segundo, discute
y el tercero hace lo que quiere. Sabiduría popular, que le dicen. Tendríamos
que aprender a escuchar más y a creernos menos los únicos dueños de la verdad,
a no ser tan soberbios de suponer que nuestra experiencia se apartará de lo que
los demás intentan anticiparnos que nos sucederá. Uno solo debería sentar
cátedra sobre algo luego de haberlo vivido. Me resisto enérgicamente a recibir
consejos sobre cómo educar a los niños provenientes de gente que no tiene
hijos, así sean psicólogos o pediatras.
En realidad, ya solo escucho a los que tienen más de uno; dentro de poco
exigiré certificado de tercero. Uno es una cosa, dos es otra, tres un montón y
cuatro ni quiero imaginarme aunque por momentos me tiente comprobarlo.
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